Anoche tuve una pesadilla. Supongo que alarmada por las tristes verdades sobre la Privatización de la Sanidad que nos desveló el último Salvados. Además, como a veces parezco masoca, me dio por volver a ver Sicko, el documental de Michael Moore sobre el sistema de salud estadounidense. Sí, ese en el que cuenta un “cliente” cómo tuvo que decidir sobre qué dedo recuperar tras un accidente laboral. Al pobre no le llegaba para pagar la operación que le injertara todos los dedos perdidos. O donde se explica cómo ver morir a tu marido por no poder pagar un tratamiento. Pues con toda este desconsuelo en la cabeza y atacada por un virus griposo me fui a la cama. Y tuve un sueño. En mi pesadilla, tenía mucha fiebre, estaba llena de pústulas y me arrastraba como podía hasta el hospital de mi zona. Allí, un muro metálico impedía la entrada. Había en el centro una puerta giratoria custodiada por un par de colosos uniformados de esos a los que no dan ganas de saludar. Alrededor del muro había una fiesta. Una especie de botellón de tipos encorbatados y mujeres bien bronceadas que se repartían sobres a escondidas. El confeti volaba arriba y abajo y una comparsa de payasos animaba el ambiente. Mientras tanto, las señoronas y los trajeados reían a carcajadas mirando con disimulo el contenido de sus sobres. Yo trataba de ignorar el bullicio y sólo quería entrar en el hospital. Uno de los guardias me detuvo. Tienes que pagar, dijo alzando la voz sobre la algarabía. Pero si ya pago, grité con una voz aniñada, tan fina y afiebrada que daba pena. Pero entonces, recordando el pastón que pago entre impuestos y Seguridad Social recuperé algo de mi carácter peleón y saqué pecho. No es que tenga una pechuga monumental, pero es un gesto que, bien realizado, cierra la boca a algunos seres impresionables. Los gorilas debían ser de esos, o tal vez también les pagan en negro y andan cabreados con la patronal, el caso es que enrojecieron y señalaron con la cabeza a un tipo que estaba sentado en una silla. Lo reconocí al instante, es un rostro que no se olvida, y no por guapo si no por su cara de memo. Una vez que uno saca pecho, no hay quien le pare, de modo que me enzarcé con el elemento sentado y le dije todo lo que tenía guardado en el corazón. Que nadie piense que el caballero se inmutó, ni en sueños lo haría. Cada vez que yo decía una palabra clave: reforma laboral, Bárcenas, sobres, Sepúlveda, suicidios por desahucio, mentiras electorales, paro, etc, el tipo soltaba alguna de sus mentiras al tiempo que uno de sus ojos guiñaba sin control. Después de un rato, aquello fue demasiado para mí. ¿Hay algo peor que soñar con un presidente inepto y mentiroso? A mí sólo los fantasmas me dan peor rollo. De modo que al borde del colapso y con mis pelos más de punta de lo habitual, desperté. Bardita me miraba desde la oscuridad con sus intensos ojos negros, esperando una orden que le indicara a quién había que morder. Esta perrita me lee el pensamiento y siente mi angustia a distancia. La tranquilicé con la mano y volvió a pegarse a mi pantorrilla para dormir. Espero que sabréis disculpar el final infantil de la historia que acabo de contar. Casi puedo oír las protestas de mi amigo José Alberto Clemente, que preside una asociación de escritores en mi pueblo y tiene unas ideas muy claras sobre lo que no se debe hacer: Nunca hay que matar al protagonista de un cuento ni terminar con un despertar una historia de la que uno no sabe salir. Ya lo sé, querido José, pero es lo que tiene la fiebre, uno no da para más. De todos modos, si te hubieras encontrado con Rajoy en alguno de tus sueños, ¿no te habrías despertado tú?
Para infantil, el libro que estoy leyendo. Está muy bien escrito y por eso lo aguanto. Cómo puede escribir un narrador tan brillante una novela tan absurda. No diré su nombre porque es español y ya bastante difícil lo tenemos. No querría caer nunca en esa torpeza, la de escribir un libro malo que venda. Barda, que está en el sillón a mi lado, se estira. Espero que no quieras salir, peludita, le digo. Aclaro que lo de la fiebre es cierto y tengo muy pocas ganas de salir a la calle. Te podría bajar en una cestita, le digo, como esa escena de “La ventana indiscreta” de Hitchcock. ¡Qué divertido!, exclama Bardita. Y eso que no – me arrepiento al instante -, con lo sociable que eres, tendría que salir a buscarte por la noche, porque entre saludar a los amigos y poner firmes a los enemigos, cualquiera te hace regresar. Si tuviera pelas hoy pagaría a un paseador canino. Pero me temo que lo del ebook no termina de cuajar en este país. Menos mal que ya están a la venta algunos de mis libros en papel. ¡Yupi! dice Barda, ahora nos podremos comprar el jardín. Sonrío mientras se tira del sillón. Tampoco creo que nos dé para tanto, orejitas. No importa, masculla. Veo cómo se aleja medio zombi. Estamos pasando muy malas noches, con mis pesadillas y mis fiebres, no la dejo dormir. No importa, repite tumbándose en el pasillo, mientras estemos juntas lo demás da igual. Bosteza y no dice más. Sonrío contenta. Siempre es bueno que haya alguien inteligente en el grupo familiar, alguien que te recuerde lo que es importante y lo que no.
Abrigaros bien, no os vaya a atacar algún virus y tengáis pesadillas.