Barda acaba de cumplir ocho años y mi libertad también. Ocho años de amor y de descubrir lo poco que necesitamos para ser felices. Soy afortunada. Pero aunque me liberé hace años de los males del trabajador asalariado, conservo intacto el sentimiento de solidaridad. Ese espíritu de lucha por los bienes comunes nunca me abandonará. Quien tuvo, retuvo. Yo, que soy una libertaria, añoro los tiempos en que soñábamos con un mundo mejor. Un mundo donde los pequeños comercios aun tenían esperanza de subsistir. Las librerías, mercerías, y tantos rincones cálidos que visitábamos buscando a los que saben de verdad sobre lo que necesitamos para coser y para tener la mente bien amueblada. Esos ochenta maravillosos en que creíamos que el arte es el medio perfecto para tocar las estrellas. Yo sigo creyéndolo. Creo en un mundo donde las multinacionales no organicen nuestros gustos, nuestras necesidades y nuestros ánimos. Las series yanquis nos colonizan y ya pronto tendremos todos una pistola. Con la sanidad privada muchos se frotan las manos y lo mismo sucederá el día en que algún mal nacido haga campaña por el derecho a defender su hogar. Con una pistola que él mismo nos venderá. La bandera de la falsa libertad.
- Mira que tienes manía a los yanquis – dice Bardita que mordisquea a mis pies un calcetín rescatado de debajo de la cama-.
- No, peluche, sé que también tienen cosas buenas, pero como sociedad, no son precisamente dignos de imitación. Los poderosos señores del capitalismo y de las multinacionales saben cómo meter el veneno de la estupidez en la piel de los ciudadanos. De marketing lo saben todo. Venden que no veas.
Aquí, desde luego, tienen el terreno abonado. El ciudadano inculto es más vulnerable. El ciudadano poco ilustrado se deja engañar y ejerce el voto del miedo. Por culpa de su ignorancia nos roban la sanidad pública, la educación y sobre todo la cultura. A cualquiera que se le diga que hay más de un veinte por ciento de gente dispuesta a votar al partido que nos gobierna, al partido de la corrupción y de la mentira, ¡manda narices! ¿Existirá otro país con tantas tragaderas?. Yo desde luego llevo la indignación por bandera. Pero los que más saben de eso, de banderas, son los del PP. La banderita de España en el pecho y en la cartera la de Suiza o la de cualquier otro paraíso fiscal. ¡Gentuza!. Se ve que los que aun van a votarles, no se enteran. Desde luego, Franco hizo un trabajo exquisito, condenó a media España al analfabetismo crónico. Somos la vergüenza de Europa.
- ¿Y de los nacionalistas catalanes, qué me dices?-
- Pues otros listos, Barda. Mientras se ensalza en patrioterismo la población olvida el hambre. Es un dogma.
Veo que Barda ha dejado de lado el calcetín y me mira con unos ojazos negros que atraviesan.
- Me alegra ver que vuelves a las trincheras. Últimamente estabas un poco moñas, la verdad. Me tenías preocupada.
- Hay cosas que están insertadas en la propia naturaleza y no se pierden nunca.
Mi perra bosteza, deja a un lado el calcetín y se hace una rosca.
- Creo que voy a echar una cabezadita.
- Tú si que sabes de la vida. Disfruta.
Mientras ella echa el lazo a su calcetín onírico, giro el cuerpo y me enfrento al metafórico papel en blanco. Yo, que soy como una hormiguita, siempre lo tengo lleno. Mi nueva novela cabalga impetuosa hacia su final. El mundo exterior podrá hacernos sonrojar de vergüenza, pero la literatura, siempre estará ahí para alfombrar nuestros sueños.
Os deseo que sobreviváis a la campaña electoral.