La revolución parece que no llega, pero la primavera no tiene dudas. Su momento ya está aquí. Me he levantado nerviosa, con ganas de estrujar al mundo, de saltar hacia las estrellas y tirarme en el césped con un libro en la mano. Pues te ibas a poner perdida – dice Bardita bostezando – yo me tiro todos los días y mira cómo vengo siempre. Tienes razón, con lo que ha llovido aun no hay donde poner el culo. Bueno, dónde ponerlo si hay, y si no, ya se van a encargar de ello los del Eurovegas. Por desgracia de un tiempo a esta parte la prostitución parece estar floreciendo como los prunos de mi pueblo. ¡Qué asco!. Hay cosas ignominiosas en este planeta, y la prostitución está a la cabeza. Bueno, probablemente le gane la pederastia. Es una pena, pero el hombre no evoluciona. Sí, digo el hombre en masculino. Sé que me ganaré algún enemigo por estas palabras, pero es que casi todos los males del mundo los causan los hombres. Tampoco te pases – dice Bardita que siempre ha sido más moderada y lista que yo – mira la Merkel, o la Tatcher o Isabel la Católica sin ir más lejos. Tienes razón, Bardita, pero cuando se trata de ejercer la violencia, los machos son mucho más proclives. Mira a esos indignos militares pegando a esos presos en Irak. Vale – Bardita se tumba con las patas para arriba con su pereza acostumbrada – yo en realidad conozco el mundo a través de los hombres de la familia y de tus amigos, y son todos tan guais… Tienes razón, corderita, tenemos suerte. En nuestro entorno la violencia es sólo una palabra en el diccionario.
Aunque al paso que vamos, empezaremos a ver cosas que no querríamos ver. Cada vez nos están exprimiendo más. A este fascismo de los mercados un día les va a reventar tanta mala leche en la cara. Lo que no sé es cuándo va ocurrir, porque este país se lo toma con calma. Creo que habrá que esperar a que nos coma la miseria a todos. Lo más triste es que los más jóvenes, no todos, por supuesto, pero sí demasiados, hayan perdido el espíritu de lucha natural a esas edades. La mayor parte de ellos no se mueven. Es una pena. Me cansa oír el “todos son iguales” y el “no sirve de nada”. Os están tomando el pelo, chicos, os están robando el futuro y el presente. En fin, vaya futurazo que tenéis. Tal y como están las cosas tendríamos que estar todos en la calle todas las semanas, hasta lograr que este imperio de los mercados se eche a un lado. Hasta lograr que en la primera línea de las agendas políticas esté el ciudadano y no los putos bancos y aledaños. ¡Hala! – exclama Bardita poniéndose en pie con las orejas más de punta de lo natural – vaya palabrón que acabas de decir. Es que me parece todo tan vergonzoso… Cuántas veces lo diré. Y seguiré diciéndolo. Mujer – dice Bardita siguiéndome hacia la terraza – ya mejorarán las cosas. Más nos vale, porque al paso que llevamos, con la educación sólo al alcance de los más ricos y con los medios de comunicación controlados por los grandes poderes, en pocos años, el 1984 de Orwell se va a quedar corto.
Desde mi terraza se ve un día hermoso, el sol brilla tímidamente, pero alegra lo suficiente. El movimiento en el barrio es mínimo, los pensionistas juegan a la petanca, la gente regresa de la compra y algunos jóvenes desempleados charlan en corrillos. Desearía que estuvieran hablando de la manifestación a la que piensan asistir, pero me temo que estarán hablando de algún partido de fútbol. Prefiero no pensarlo. Mejor entraré en casa, ya se sabe que ojos que no ven… Dejo a Bardita tomando el sol. Parece feliz. Levanta su trufa negra y olisquea el ambiente en busca de novedades, de enemigos que pongan en peligro nuestro territorio y de amigos que puedan venir a alegrarlo. Estos días son extraordinarios para ella, el sol caldea su pequeño cuerpo y el aire lo refresca. Ahí la dejo, disfrutando. Mientras, yo me dedicaré a lo mío, a enlazar palabras y buscar pequeñas sendas para mis pies literarios. Como es el día de la poesía, os dejo con uno grande, un poeta que cada vez que releo se me llena el cuerpo de primavera. Feliz principio de temporada.
MI NIÑA SE FUE A LA MAR…
Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.
Entre adelfas y campanas
cinco barcos se mecían,
con los remos en el agua
y las velas en la brisa.
¿Quién mira dentro la torre
enjaezada, de Sevilla?
Cinco voces contestaban
redondas como sortijas.
El cielo monta gallardo
al río, de orilla a orilla.
En el aire sonrosado,
cinco anillos se mecían.
Federico García Lorca