A veces nos empeñamos en escribir una obra maestra, cuando lo importante es sencillamente escribir. Pasamos un tiempo infinito tirándonos de los pelos delante del papel en blanco, bailamos aullando a la luna, lloramos y nos emborrachamos, pero nada, no sale ni media palabra. Esa ballena está varada. No hay duda. Es lo que suele llamarse el bloqueo del escritor. Ocurre a menudo cuando uno termina una novela y empieza otra. Sobre todo si has tenido un par de aciertos en la última obra que has escrito y te empeñas en reproducirlos. Es como subir al Everest en bikini y fumando un cigarro tras otro. Yo ese bloqueo apenas lo sufro. No porque sea un genio, ya quisiera yo, sino porque tengo la buena costumbre de poner pies en polvorosa en cuanto noto los primeros síntomas. Tengo los ojos puestos en las estrellas, pero en los pies me gusta sentir el tacto de la tierra. Puedo levitar tras una quimera una semana, como mucho un mes, pero si el asunto se atasca, lo aparco en un basurero temporal y a otra cosa, mariposa. La vida es breve. Tenemos el tiempo limitado y hay que espabilar o nos engulle la desdicha. En estos asuntos ando este verano: persiguiendo una nueva historia. Pasando calor y luchando contra mis demonios literarios. Pero esto sale adelante, con un par de ovarios.
-Yo en tu lugar me andaría con cuidado, te estás volviendo una optimista- dice Bardita que está tirada en el suelo esperando alguna brisa que venga a consolarla. – Mira, Barda, lo mismo cuesta estar cabreado que contento, ilusionado que amargado. Además, es más práctico estar abierto a la posibilidad de que algo mejore, que estar todo el día mascullando lo chungo-. -A ver si se te va a poner cara de tonta -responde- y vas a empezar a repartir panfletos mesiánicos por la calle. Conmigo no cuentes, ¿eh?-. -No te preocupes, bebé, antes me corto las venas-. No tengo por costumbre decirle a los demás en qué deben creer. Para eso ya están estos listos religiosos, que en una mano tienen el libro sagrado y en la otra, el cepillo para recoger la pasta. -Ah, sí- mi perra da un respingo –como este que se ha muerto de la bola-. – Del ébola, Bardita, del ébola. Descanse en paz, pero, entre tú yo, se podía haber quedado en Liberia y haber muerto rodeado del amor de sus compañeros. Nos habríamos ahorrado una pasta-. – Jolín – exclama mi perra- con las necesidades que hay por aquí… -. – Y tú que lo digas.
Menos mal que el gobierno le va a hacer llegar la fruta sobrante del conflicto con Rusia a los comedores sociales. Barda pone cara de sota y gira el morro en su gesto favorito de incredulidad. – Es una broma, peluche – la tranquilizo –, para cuando Rajoy hubiera tomado una decisión, a la fruta ya le habrían crecido gusanos del tamaño de los de Dune. Además, ya sabes que soy contraria a la caridad-. La caridad paraliza las revoluciones. Desde luego hay que reconocer que estos promotores del capitalismo salvaje se lo montan bien, con toda la mierda que ha caído sobre nuestro país, aun la gente parece que no se entera de nada. En fin, es lo que hay. Para que os hagáis una idea: en mi barrio hay ratas. Por si alguien no lo sabe, aclaro que el ayuntamiento de mi pueblo es uno de los más ricos de España y el PP lleva apenas dos legislaturas gobernando. Pero han conseguido deteriorar tanto el espacio público que las ratas hacen nido como Pedro por su casa. Lo más triste de todo esto es que el otro día me dice un vecino, que el alcalde no tiene la culpa. ¡Manda narices! Qué país. Pero no hay que preocuparse, que ahora vienen las Vírgenes y a la peña se le va de la cabeza la corrupción, el paro, el empleo basura, el desmantelamiento de la sanidad, de la educación… y las ratas.
-A ti lo que te pasa es que eres una irreverente –dice mi perra rascándose una oreja-, hay que respetar las creencias, si la gente cree en la Virgen…-. – Las creencias las respeto, Bardita, pero más las respetaría si la Iglesia no metiera la nariz en los asuntos de estado y sobre todo en la bolsa de todos los españoles-. Menuda panda de listos. -Ya te estás enfadando- . -Uf – resoplo-, tienes razón. Creo que voy a tomarme una birrita, que me mantiene el colesterol bueno requetebién-. -Qué cara tienes- dice mi perra mirándome de medio lado – lo que hace el auto-engaño…-. -Pues sí, allá cada cuál con lo que quiera engañarse, es de las pocas cosas libres que nos quedan-. -Ah, mira, eso voy a hacer yo también- Bardita bosteza y se tumba a mis pies- Me voy a concentrar- dice en voz muy baja-. “Estoy en un bosque fresquito y lleno de conejos. Mira, ahí hay uno detrás de ese árbol.- Veo que apenas puede mantener los ojos abiertos y su voz es un susurro-. Creo que lo cazaré después-. –Duerme tranquila, que no se va a escapar- le digo, pero me parece que ya ha saltado al rincón de sus sueños.
Os deseo felices Vírgenes y contra el calor si, como yo, no tenéis una playa a mano, una buena cerveza hace maravillas. Ya bajaremos barriga en septiembre.