¡Vaya foto más fea que has puesto!. Me dice Bardita. Con lo chulas que son las que sueles colgar en el blog. Me doy la vuelta y la miro con ternura. Tiene el hociquillo alzado, como una dama altanera. Y se que hay un poco de revanchismo en sus palabras. Hoy está resacosa y un pelín molesta conmigo. Ayer fue a la peluquería y está muy guapa, pero agotada. Los perros llevan mal alejarse de sus dueños y que les soben manos ajenas. Mira, Bardita, le digo, pongo esa foto porque tiene un gran significado. Ella gira la cabeza intentando imaginar el significado. Pero creo que le cuesta. De modo que le cuento los acontecimientos de la llamada Primavera Valenciana y le explico la fotografía. Bardita abre mucho los ojos durante mi narración. En algún momento se asusta. Sobre todo cuando le hablo de las carreras, los golpes y los empujones. Finalmente mueve la cabeza arriba y abajo, comprendiendo. Creo que ha captado perfectamente el mensaje. Es una perrita muy lista. Espero que ahora no le de por ladrar a los maderos.
Que nuestros estudiantes se manifiesten en las calles, me llena de alegría. La educación lo es todo. Marca nuestras vidas y nuestras opciones vitales. No es algo que yo me invente. Lo saben muy bien los que no quieren que nuestra juventud se eduque. Prefieren que sólo sus hijos tengan acceso a una formación digna. De eso se trata todo. La élite siempre defiende lo suyo. La educación genera ciencia, respeto, tolerancia, igualdad y libertad. Palabras hermosas llenas de contenido. Palabras fundamentales para el mundo que muchos deseamos. Otros no. Otros sólo quieren lo suyo, sus negociazos, sus yates, sus colegios de pago, sus mansiones. Y eso sólo es posible teniendo bien explotados a los trabajadores y en cuanto más embrutecidos mejor. Hay que quitarles los documentales, ponerles sólo toros, fútbol y procesiones, como en la época del franquismo. La cultura genera preguntas. Exige tolerancia. Requiere igualdad. Eso es de lo que huyen estos gobernantes que nos han tocado en suerte. En mala suerte, diría yo. El caso es que este país está entrando en un momento decisivo. Y por fortuna, la gente joven ya no se va a quedar en casa. Han despertado y muchos nos alegramos de ello. Bardita, que se ha tumbado a mis pies, me regala una mirada interrogante. Parece preguntarme por qué me ocupo tanto de la actualidad. Creo que preferiría que me dedicase sólo a escribir mi novela. A mí también me gustaría, le digo, pero uno no puede ignorar el mundo que le rodea. No podemos vivir en una torre de marfil. Los acontecimientos son importantes. Además, la vida literaria también depende de ello. Y la edición.
Y hablando de edición, alguien me preguntaba el otro día qué pienso sobre “eso de auto publicarse”. Le miré extrañada. Es como preguntarle a un opositor si se ha planteado ser funcionario. Conozco muy de pasada al que me hizo la pregunta. Pero sí se que es ese tipo de gente que cree que si no sales en la tele, no existes. Hay muchos como él. Por desgracia. Además tiene unas ínfulas literarias que dan ganas de reír. Sobre todo porque no escribe. Escriba o no, me lo preguntó de una forma que dejaba clara su opinión. En sus palabras se transparentaba el desprecio. Y una gran dosis de malicia. En sus ojos había esa mirada altanera del que se cree en contacto directo con los dioses. Podría haberle mentido para quitármelo de encima. Pero me apetecía darle un poco de caña. Y lo hice. Para, al momento, dar media vuelta y seguir mi camino. No me gusta perder tiempo con los tontos. Así que, olvidémosle. A lo que iba, es que yo tuve que autoeditarme. Paseé durante meses La utilidad de los deseos por algunas editoriales tradicionales. Alabaron mi prosa. Me regalaron palabras de ánimo. Me alentaron y me dieron alguna palmadita en las espaldas. Pero nadie me publicó. Así que opté por la autoedición. No hay nada de qué avergonzarse. Hay quien cree que el que tiene que pasar por ese trámite es un escritor menor. Nada más lejos de la realidad. Sencillamente uno no es considerado comercial. A veces creo que es más bien un piropo. No siempre lo que más vende es lo mejor. Lo que más vende es lo que más se promociona. Y punto. Las editoriales convencionales casi nunca apuestan por escritores desconocidos. Consideran la inversión bastante dudosa. Ya no arriesgan. Es triste que la literatura sea un puro negocio. Pero la realidad es esa. Y la realidad manda. Así que yo, que no quería ver mi obra escondida en el cajón, opté por auto publicarme. Y unos años después eso me ha abierto la puerta a la edición. Curiosamente. De modo que a nadie se le ocurra hacerle ascos a esa fórmula para ver su obra en el escaparate. A uno le puede salvar la vida. Literariamente hablando, claro.
Barda, Bardita, que también me salva la vida muchas veces y de muchas formas, bosteza a mis espaldas. Me levanto y me sigue contenta. Jugamos un rato a la pelota y, mientras tanto, dibujo en mi mente las palabras que escribiré a continuación para mi nueva novela. A Bardita ya se le ha pasado el enfado. Como siempre, me da una lección con su nobleza inquebrantable. Sólo los humanos guardamos nuestros rencores. Los atesoramos como si fueran joyas para soltarlos en forma de bombas en cualquier lugar. Pero los perros olvidan y perdonan casi inmediatamente. Tendríamos que aprender de su nobleza. Está bien, le digo agachándome para darle un achuchón. Pondremos una foto bonita para cerrar la entrada. Te lo mereces.