Cuando empieza un nuevo mes, uno tiene la sensación de que todo es posible. En especial si se trata del mes de marzo. Es una época del año en que la vida bien podría reinventarse. Bueno, eso si uno no está a punto de que le desahucien o si a uno no le han tangado con las Preferentes, o si uno aun puede pagar los medicamentos o si uno no se encuentra en los pasillos de las urgencias de un hospital a punto de que le quiten la camilla de debajo del culo. Ya estamos. Masculla Bardita que está sentada frente a mí contoneándose. Tú siempre tan reivindicativa, dice. Con lo bien que habías empezado hablando de un nuevo mes, de que todo es posible y tal. Vale, peluda, la interrumpo. Empezamos de nuevo.
Cuando llega el mes de marzo, algo corre por mis venas y siento que renace mi entusiasmo. Estoy a punto de dar por superada una terrible gripe, he sobrevivido a la cuesta de enero y a la de febrero, y aquí sigo, dándole a la tecla y confiando en un futuro mejor. ¿Así te gusta más? Barda mueve la cabeza de manera afirmativa y se tumba esperando a que le cuente una buena historia. Últimamente me parece que esta perrita está un poco harta de los problemas socio políticos de este país. Tampoco es de extrañar, lo estamos todos. Pero lo suyo es excesivo, está cogiendo unas manías de órdago. Tanto es así, que hay días que me da miedo poner el telediario porque en cuanto alguien pronuncia el nombre de Luis Bárcenas se pone a ladrar como una loca. Más bien como una fiera, oye, no exagero. Se pone tiesa, rabo enhiesto, mirando a la tele y no hay quien la relaje. Es digno de verse. Yo intento calmarla por todos los medios, al tiempo que trato de comprender el asunto. A ver, Bardita, le pregunto, ¿qué tiene ese tipo que no tengan otros?. Pero llegados a ese punto ya está tan nerviosa que ni me escucha, es como si se hubiera cortocircuitado. No razona. La única solución: apagar el televisor. Sé que no hay otra forma. Ya tengo una cierta experiencia, le pasa lo mismo con Bob Esponja. Sus razones tendrá. Las de Bárcenas puedo entenderlas, pero me pregunto qué tiene en común ese individuo con Bob Esponja. Si a alguien se le ocurre alguna idea, que me lo haga saber.
Debo reconocer que lo de apagar la tele es algo que no me molesta. Total, para lo que hay que ver. Además, se me acumula el trabajo. Los escritores, y en general los que practicamos algún arte, ¿o debería decir alguna profesión artística? ¿o era una profesión liberal? A ver si va a ser algo en diferido. Que te estás liando, dice Bardita. Te vas a parecer a la Cospedal. ¡Ay, la Cospedal!, cómo no mencionarla. Es que es única, inconmensurable. Cada una de sus declaraciones es un galimatías indescifrable. Me pregunto qué máster habrá hecho a escondidas esta mujer. Nos tiene atónitos, expectantes, deseando que vuelva a dar explicaciones, sobre lo que sea, nos da igual, si aun es capaz de superarse, lo suyo es de Nobel. Bueno, a lo que iba es a explicar que los escritores, cada vez más, nos vemos obligados a ejercer de comerciales. Yo me canso, la verdad. Lo mío no es la venta. Tanto es así que he decidido bajarme de ese burro. ¿Ya no vas a escribir? Bardita alza mucho las orejas en un gesto de incredulidad total. Pero Barda, por dios, uno no deja de ser escritor tan alegremente. Yo no podría irme a Castelgandolfo a meditar y quedarme tan ancha. Yo siempre escribiré, me paguen o no, me lean o no, me desprecien o me admiren. Cuando uno tiene cogido ese vicio no hay metadona que lo sustituya. Lo que quería decir es que renuncio a perder más tiempo en auto promociones. Pero te vas a quedar atrás, dice Bardita, tus compis están todo el día dale que te pego en las redes sociales, y mira qué bien les va. Me alegro mucho, pero esto no es una competición, tú tranquila, ya nos leerán. Mira el pobre Van Gogh, ni un cuadro vendió en vida. Y ahora, ¿quién no tiene una réplica de sus girasoles en casa?. O en la del vecino. Ya – mi perra no parece muy convencida – pero a mí me parece que tú lo que no quieres es esforzarte. Agacha la cabeza y la apoya en el suelo. Puede que tengas razón. Ya se lo decían las monjitas a mi madre cuando iba a buscarme al cole. “Ay si esta niña no fuera tan vaga…” Lo que las monjitas no sabían es que mi mente estaba siempre ocupada analizando el planeta en el que me había tocado nacer. Aun sigo haciéndolo. Barda da un respingo y se levanta. Así que fuiste a un colegio de monjas – pone una inconfundible cara de pillina-. ¿Y lo saben tus amigos melenudos? Definitivamente creo que para esta perrita el telediario es una mala influencia. Ya está maquinando algún tipo de chantaje. Mira, Bardita – me pongo en pie y me planto ante ella con los brazos en jarras-, cuando yo estaba en edad escolar ir a un cole de monjas era la única forma de recibir algo de educación y no estar todo el día cantando el Cara al Sol. ¡El Cara al Sol! Grita. Menuda canción más bonita debe ser esa. Siento como asciende hacia mi cara un rojo rabioso. Anda, vete a ladrar un poco a la terraza, que te pego una leche… Barda corre asustada por el pasillo.
Vuelvo a sentarme y me concentro en lo importante: escribir. Cada día, entre las líneas, voy entresacando universos ocultos y reinventando los conocidos. Primero hay que dar unos trazos a carboncillo, te alejas y miras desde la distancia, los pinceles bien a mano y los colores ya mezclados. La historia que escribo todavía no tiene contornos, está todo por decir. Es una actividad emocionante y cualquier cosa podría suceder. Una novela tiene momentos así, únicos, decisivos, en los que todo puede dar un giro inesperado. Bardita se asoma desde el pasillo camino de una de sus siestas mañaneras. ¿Tampoco vas a contar lo de tus libros en papel? – pregunta. Que sí, Bardita, estaba a punto de hacerlo. Allá va: “La utilidad de los deseos” y “Una nave de sexo y ficciones” ahora también se pueden adquirir en papel. ¿Ya estás contenta?
Debe estarlo porque desaparece de mi vista y oigo el leve roce de sus patitas sobre la tarima. Sé que en la próxima hora apenas oiré su respiración. Os dejo con este medicamento marchoso para que empecéis bien el mes. Feliz marzo.