
Puente 3D Alcobendas, Bardita y yo
Ahora que todos se amontonan en la playa, Bardita y yo ocupamos los parques. Cada uno busca sus rincones para disfrutar. Yo no soporto las aglomeraciones, quizá porque soy una solitaria y para pasar una mañana de lujo me basta con tener a mano una arboleda. No hay más que ponerse las zapatillas, echar al bolso una novela para leer y un cuaderno por si a algún duende le da por soplarme una idea al oído.
- Venga, no intentes ir de romántica con eso del cuadernito –dice mi perra, que está pendiente de lo que escribo, mientras se rasca una oreja con energía-, yo lo que veo es que últimamente grabas en el móvil esas ideas que te soplan los duendes.
- Bardita, tienes razón, como siempre. En la calle, el teléfono móvil es muy práctico para esos menesteres. Y ya sabes que a mí la tecnología me mola.
- Si es que eres más rara… Tus amigos escritores detestan los artilugios modernos.
- Ya sabes que cada uno es cada cual y sobre gustos no hay nada escrito.
Y lo digo convencida. A mí, por ejemplo, tendrían que pagarme por ir a esas playas abarrotadas que vemos en los telediarios. Las masas humanas me parecen abominables y en estas fechas las hay por todas partes. Incluso en Madrid. Antes daba gusto. En verano, la capital se quedaba medio vacía y muchos disfrutábamos de lo lindo. Agosto ya no es lo que era.
- Ya decía yo, que eso de la turismo-fobia a ti no debía parecerte mal.
- Tampoco es eso, peluche, yo tengo fobia a las masas, en general. Ya sabes que no defiendo la violencia ni los actos vandálicos, pero entiendo muy bien las quejas ciudadanas. Y a menudo, por desgracia, sólo nos escuchan cuando damos tres voces bien dadas.
La verdad es que compadezco a los que tienen que sufrir en sus carnes a ese turismo de borrachera. Incluso al turismo más finolis. Cuando hay demasiada gente, las ciudades se deterioran y también el día a día de los pobres mortales que las habitan.
- Ah, pero como dicen que es el motor de la economía… – alega Barda con retintín.
Es cierto, esa es la afirmación de los economistas, y es triste comprobar una y otra vez que en este país no damos para más. En España parece que sólo sabemos poner copas o ladrillos. Mientras tanto, la energía solar, la ciencia, la cultura, y todos los sectores que podrían hacer que este hermoso rincón del mundo avanzara, se pudren en el abandono. No es de extrañar, porque tenemos unos gobernantes un poco tarugos. Claro, que están ahí porque les vota el personal…
- Ya te estás enfadando. Con el calor que hace no sé ni cómo tienes ganas– Bardita se pone en pie y se contonea mirando hacia la salida de la casa -. Creo que un revolcón en el césped del parque no me vendría nada mal.
- Me parece buena idea, así me alejo de los malos humores, que estoy en fase mística con mis sesiones de Mindfulness – le digo a Barda mientras le pongo la correa.
- No sé en qué acabará todo esto, la verdad- dice mi perra -lo mismo un día te veo levitando.
Bardita camina hacia la puerta mirándome de refilón; creo que piensa que se me está yendo la olla y puede que tenga algo de razón. Menos mal que las letras me salvan: las que escribo y las que leo. Ahora estoy leyendo de Margaret Atwood, “El cuento de la criada”. Es una autora que me gusta mucho, y he leído que han hecho una serie basada en el libro. Me parece peligroso que la literatura se lleve tan a menudo al mundo de la imagen. Ya lo he dicho en alguna ocasión. El cine se convertirá pronto en el traductor innecesario en el diálogo entre el escritor y sus lectores. Nuestra sociedad va por muy mal camino. Poco a poco se irá reduciendo la capacidad de imaginar, que es una de las claves de la aventura humana. Seremos al fin lo que el poder desea: un rebaño de ciudadanos zombis.
Feliz turismo.
