Me propongo no hablar del calor que hace. Es un tema bastante plomo y en cuanto más hablamos de él más parecen correr los sudores por el canalillo del escote. Hablaré de las cosas importantes, de días que pasarán a la historia de mi humilde biografía humana. Todos tenemos nuestros momentos, y yo, esta primavera, he vivido algunos dignos de enmarcarse. Mi novela “Canciones de amor mentido” se ha vestido de largo y de chulapa madrileña con flores de Feria, mientras yo iba tras ella babeando, como una madre orgullosa. He firmado libros y he charlado con lectores que se acercaban a comprar la novela porque ya habían oído hablar de mis letras. Toda una conquista en estos tiempos canallas en los que sólo unos pocos tienen acceso a los grandes medios. Ahora que ese instante de escaparate ha pasado, queda el regusto del lado dulce de la vida. El cariño y el calor de los que me quieren: mi familia, mis amigos, mis editores, la gente que me lee y me escucha. Esos indispensables que me apoyan en todos los momentos, en los buenos y los malos.
– Hoy te veo yo muy blandita… -dice Barda levantando la cabeza. Está tumbada sosteniendo un papel entre las patas y algunos trozos del blanco material asoman entre sus caninos -. A ver si se te va a haber subido el éxito a la cabeza y te has quedado un poco tonta.
– Los buenos momentos son un regalo, Bardita, y hay que disfrutarlos. Y deja de comer papeles que luego cagas muy raro y terminamos en el vete.
– Es que estaba practicando un “dobla, dobla, dobla” para hacerme un abanico, pero ya sabes que las manualidades me dan hambre.
Lo que hay que aguantar. Le daba yo “dobla, dobla” al Consejero de Sanidad. ¡Qué manera de faltarle al respeto al ciudadano!
– ¿Has visto, peluche? Ya has hecho que vuelva la bruja curuja que hay en mí.
– Pues a mí me molas más así – dice Bardita levantándose y oteando los alrededores. Seguramente busca un buen lugar donde tumbarse–, ese tonito de melosa canción del verano no te pega nada…
– Es verdad, además razones para ponerse de mala uva tenemos de sobra.
– Déjame adivinar – detiene su búsqueda un instante y clava en mí sus ojazos negros-, apuesto a que lo de Amancio Ortega te ha afectado.
– Qué bien me conoces, perrita. Ya sabes lo que pienso sobre la caridad, en general, pero lo de este hombre ya es increíble. Un señor que amasa una fortuna gracias al esclavismo y la explotación infantil y que evade millonadas con alegría, pretende lavar su dinero y su imagen haciendo un regalito a la sanidad pública. Sólo nos faltaba eso, que lo público se convirtiera en el cepillo de las limosnas del mundo empresarial.
– No te enfades, mujer -dice Barda y creo ver un brillo travieso en sus ojos- que enfadarse da mucho calor.
– Hemos dicho que…
– Ah, es verdad, que no íbamos a hablar del calor. Pues si quieres – suspira y se tumba de medio lado – hablamos de la justicia o la fiscalía, que también tienen tela que cortar, o mejor aún, de la corrupción, que también empieza por “c”.
– Ay, peluche, pareces nueva, la palabra corrupción, en España, empieza por «P».
Barda se gira, se tumba panza arriba y casi puedo oír una carcajada canina. Yo también me río y me levanto en busca de algo fresquito para beber. Al final uno no puede evitar hablar de la corrupción en nuestro país, como también se hace difícil no hablar del castigo de las altas temperaturas, porque cuando hace calor, hace calor.
Sed felices