Ayer entramos en terreno desconocido, el estado de alarma, un oscuro túnel del que saldremos con fuerzas renovadas. Con suerte, aprenderemos algunas cosas en el recorrido. Muchos españoles están muriendo, otros, mientras tanto, se escapaban ayer a La Pedriza, en Madrid. Por la tarde, un padre y sus niños jugaban como si nada importase, en la avenida de Valdelasfuentes de Alcobendas. Conocemos bien ese tipo de ser humano, ese ser arrogante, irresponsable y listillo. Tal vez no sepa que de listos están los cementerios llenos.
Esta mañana, en mi barrio, el silencio era casi total. Sólo los mirlos canturreaban al amanecer y otras aves, de nombres que no conozco, despertaban al rato. Después, las cotorras, menos madrugadoras, lo alborotaron todo. Salvo estos seres maravillosos, nadie más se atreve a hacer un ruido.
- ¿Es que ni en las crisis puedes dejar de escribir? – dice Bardita, que está un poco enfadada por no poder dar las largas caminatas a las que está acostumbrada.
- A otros les da por peinar bombillas, peluche. Es lo que tenemos los escritores, juntar palabras y darles vida es pura necesidad. Si supiera poner vendajes me ofrecería como voluntaria en algún hospital.
- Pues yo me aburro, qué quieres que te diga. Menudo paseo de nada hemos dado hoy.
- Da gracias a que nos dejan salir para hacer tus cositas, ya me veía yo metiéndote en una cesta para bajarte al césped, como en la película “La ventana indiscreta”
- Serías capaz…
- Anda vete a dormir, que es tu entretenimiento favorito.
Bardita, obediente, se marcha al dormitorio contoneándose.
Aviso a los que estamos sanos: nada de quejarnos, tenemos libros que leer, televisores, películas para entretenernos, internet, una gran oferta de actividades y podemos visitar de forma virtual museos, esos a los que nunca encontramos el momento de ir. Uno puede tomar el aperitivo en casa, con los amigos, de forma virtual. Somos unos privilegiados.
Vendré por aquí de vez en cuando, a ver cómo seguimos todos. Por favor, las risas por watsup o por teléfono y los abrazos a nuestros queridos familiares y amigos, nos los vamos reservando. Yo pienso hacer una especie de baúl de los abrazos, los iré guardando para cuando salgamos de este extraño y peligroso túnel en el que hemos entrado. Hagamos lo que podamos por vivir esto con tranquilidad, como habría dicho mi hermana Marina: “y el cuerpo, relajao”. Después, cuando volvamos a la normalidad, abriré el baúl y pienso pasar semanas besando y abrazando a los que tanto quiero.
Ahora, aplaudamos cada día a nuestros sanitarios, entre ellos a mi prima Cristina en el Gregorio Marañón de Madrid que, como otros muchos, se está dejando la piel y la salud para cuidarnos.
Feliz encierro.