¡Que llega un nuevo año! Le dije a Bardita con una copa de cava en la mano. Ella, ya bastante asustada por el bombardeo de petardos, se puso a mirar a su alrededor para ver por dónde venía. Eso fue después de los abrazos y achuchones familiares, tras las campanadas de fin de año. Siempre nos felicitamos, probablemente por seguir vivos. Probablemente por seguir juntos. Probablemente porque aun tenemos esperanza. Y también porque estamos un poco piripis. Es lo único amable de estas fiestas, uno se sopla y a nadie le molesta. Parece que andamos todos necesitados de una ingesta de alcohol superior a la habitual. Será por el frío. O será por la tristeza y la desesperanza.
Como Bardita por los petardos, creo que muchos hemos empezado el año con el susto metido en el cuerpo. A mi por lo menos me ha ocurrido. Seguro que pasaré los próximos meses mirando de soslayo para ver por dónde llega la traca… Barda, Bardita, me mira sentada en el suelo intentando comprender de qué traca hablo, porque ella ya ha tenido su ración de ruido. Mira, le explico, ¿te acuerdas de aquello que te conté de los Mercados?. Pues eso es sólo una parte del problema. Un problema que tiene difícil solución. Pero lo que a mí me preocupa ahora es a la gente que ha elegido el pueblo para resolverlo. El pueblo ha hablado. Le digo poniendo voz de machote, abriendo mucho los ojos y levantando un dedo hacia el techo. ¿Quiénes?, pregunta Bardita mirando hacia arriba. El pueblo, pequeña, el pueblo. Bueno, en realidad un treinta por ciento de votantes, en realidad una minoría. Barda gira la cabeza y la coloca en diagonal. Lo de la minoría debe haberle sonado raro. Sí hija sí. Así están hechas las cosas. Una minoría se convierte en una mayoría aplastante en el Congreso. Aplastante, digo casi en un susurro. Nunca mejor dicho. Ella, que siempre ha sido muy juiciosa, murmura: Ten cuidado, que se te va a ver el plumero. Barda, preciosa, todo el mundo sabe cuales son mis tendencias. También es verdad – agacha la cabeza resignada – Además -parece guiñar un ojo-, con esos pelos no engañarías a nadie aunque quisieras. Pues no, ni lo pretendo, digo riendo.
Bardita se va a dormir mientras yo me dedico a marujear. A ver qué remedio. Menos mal que al menos el grueso de las navidades ha terminado. Ya sólo queda que vengan los Reyes y nos dejen muchos regalos. Yo por mi parte he pedido muchas cosas. Por si cuela. Será por deseos. Uno de ellos es un lector de libros electrónico, que luego no digan que en casa del herrero… Y estoy deseando manosearlo y meterme en la cama con él. Ya sé que suena muy mal. Pero me encantan las novedades. Trataré de tomar notas sobre la nueva experiencia y algún día os lo contaré. De cualquier forma, he pedido muchas otras cosas a los Reyes. Aunque algunos presentes nos los dejarán sin pedirlos. Ya se vislumbran en el espejo. Es triste descubrir que por primera vez estoy en la media. Me refiero a lo de que los españoles engordamos tres kilos en estas fiestas. Debo estar volviéndome muy vulgar. Como amenazaban en los telediarios, yo he cumplido con las predicciones. Mis tres kilos andan ahí, amontonados en los alrededores de la cintura. Ni mirarme al espejo quiero. Menos mal que después de Reyes, lentamente nos absorberá la rutina. Y espero que con la rutina se absorban los michelines. De cualquier forma, adelgacemos o no, en algunos momentos, la rutina es un buen salvavidas. Creo que todos lo estamos deseando. Yo por mi parte volveré a ponerme las zapatillas para patearme el pueblo. Volveré a cabrearme con las noticias a las mismas horas. Y sobre todo volveré a escribir mañana y noche. Aunque eso no me de de comer. Porque a diferencia de otras más célebres, yo no escribo por la pasta. Si fuera por eso, ya lo habría dejado. ¡Uy, si fuera por dinero! Si fuera por dinero no escribiría casi nadie. Sólo ese pequeño grupo que logra super ventas vive de sus libros. Un grupo minúsculo. Pero minúsculo, minúsculo.
Bardita viene a buscarme. Tanta menudencia en mis pensamientos debe haberle dado ganas de hacer pis. Mueve el rabito ante mi, toda contenta. Parece decirme: venga, deja de pensar tonterías y vámonos de pingo. Me agacho y le rasco detrás de las orejas. Esta perrita tiene el don de devolverme la alegría. Sabes lo que te digo – me pongo en pie- que casi prefiero no hacerme rica con mis libros. Mira que si me vuelvo como algunos… Además, así siempre podré escribir lo que me de la gana.
Finalmente salimos a la calle. El día es ventoso y frío, pero el sol asoma alegrando las resacas acumuladas. El mercadillo de los lunes despliega sus puestos junto a mi casa. Paseamos frente a frutas y bolsos, calcetines y sartenes. Todo un mundo debajo de mi ventana. Bardita y yo caminamos orgullosas de ser quienes somos. Pobres y honradas. Ilusionadas a pesar de los malos tiempos y reacias al desánimo. Siento el corazón lleno de buenos propósitos y el contacto con la gente me hace desearle a todo el mundo, que cada cual encuentre su lugar en esta vida. Que los que no tienen, tengan, que los que han perdido la ilusión, sueñen, y sobre todo que sigamos teniendo muchos amigos, paz y salud. Feliz 2012.