El otoño ha empezado, pero las hojas de los árboles aun no alfombran el suelo. Se amarran fuerte a las ramas luchando contra ese desahucio de la naturaleza. El otro, el que vemos todos los días en este país campeón en injusticias, es imparable. Sólo logran detenerlo los esfuerzos de gente luchadora y el buen hacer de la PAH. Aunque la vivienda es un derecho fundamental, ya hemos aprendido que aquí los derechos son para la banca. La banca siempre gana. En estos días, que, plumero en mano, limpio mi nido preparándolo para el invierno, pienso mucho en los que pierden su vivienda. Mi casa es el único bien material digno de mención que poseo y es un refugio imprescindible. No puedo ni imaginar lo que siente un desahuciado, alguien a quien le roban el derecho a dormir en su propia cama y le hacen empaquetar sus recuerdos y pequeños tesoros familiares De la noche a la mañana, muchos españoles se convierten en familias sin techo. Anda, – dice Bardita que está tumbada a mis pies – pues he visto algunos que viven chachi en la calle con sus mantas y sus cartones. Además, casi todos tienen perro… Bardita, te perdono – le digo agachándome a acariciar su pequeña cabeza – porque tu inocencia no te deja ver la luz. La miseria tiene poco romanticismo. La miseria es miseria, lo mires como lo mires, en especial en esta sociedad de la abundancia. Aunque la abundancia cada vez se distribuye peor. Algún día la historia juzgará a estos gobiernos impresentables que se alinean en el bando del capitalismo salvaje. Estos indecentes que mientras le dan la pasta a los bancos abandonan a su suerte a los más desfavorecidos.
Algún día la historia les juzgará. O no. Porque mirando de frente los hechos y dejando a un lado los sueños, parece que los malos siempre ganan. No hay más a ver a los fascistas que aun andan por ahí ondeando sus banderas y haciendo apología del franquismo en locales públicos gobernados por el PP. ¡A ver, a ver! – Bardita levanta la gaita pidiendo una tregua – que me hago unos líos… ¿Pero estos del PP no son los de Bárcenas?. Sí, Barda, los mismos. Durante un momento nos rodea el silencio y creo que mi peluche trata de asimilar los datos. O sea, dice regresando de alguna nube – que los de Bárcenas también son franquistas. Pues me gustaría poder decirte que no, pero – me agacho para hablarle en voz baja – entre tú y yo muchos sí que lo son. Al fin y al cabo a fecha de hoy no han condenado los crímenes de la dictadura, incluso les cuesta reconocer que el franquismo lo era. Mira las veces que tuvieron que preguntárselo a la alcaldesa de Quijorna el otro día. A la tercera o la cuarta se dignó a responder afirmativamente. ¡Vaya! – mi perrita me observa con sus ojazos negros y por su expresión sé que hay algo que aun no le ha quedado claro. Al fin se decide a confesarlo – Es que eso del franquismo, no creas tú que lo tengo muy claro – dice. Buf, – exclamo incorporándome – eso sería largo de contar. Hoy tengo tiempo – dice tumbándose patas arriba-. Bueno, – respondo – pero sólo te haré un resumen, peluche, si no, nos pueden dar las uvas… Vale – mi perra se gira tumbándose de un modo más civilizado mientras yo miro al techo buscando inspiración.
Imagina un país de señoritos y hacendados, los dueños de tierras y bienes del país. Por otro lado una monarquía sólo preocupada en perpetuarse, como todas, y que además apoya al primer dictador que se le planta delante. Mientras tanto, el pueblo, o sea, la gran mayoría de los españoles, se muere de hambre, de analbafetismo y de ausencia de derechos. Entonces, un día sucede el milagro. El pueblo vota democráticamente la segunda República. ¿Cómo ese cartel que tienes en el estudio? – interrumpe Barda – Sí, eso es: La República, un estado democrático sin monarquía – le digo mirando por la ventana mientras imagino una España imposible, la que pudo ser. La España de la convivencia generosa, de la justicia igual para todos, una España culta, que apoya a sus genios, sus literatos, sus científicos y en la que vale la pena vivir -. Pero – continúo – ahí están todos esos que poseen la tierra, los negocios y los títulos nobiliarios. La República trae derechos para los trabajadores, educación para el pueblo y eso pone en riesgo sus intereses. De modo que organizan un alzamiento militar y con el empuje del fascismo, que vive su época de oro, asesinan la libertad y la democracia de un plumazo. Luego viene una guerra terrible, que destruye los sueños y se revuelve como un animal herido haciendo que el dolor adquiera significados desconocidos. Los golpistas vencen y el pueblo pierde esa partida siniestra servida con sangre agria. Y ahí se queda España en manos de un acomplejado asesino que repartió tortura, incultura y dolor durante cuarenta años. Eso es el franquismo: cuarenta años de miseria. – ¡Qué historia más triste! – dice Bardita con un brillo compasivo en la mirada – Ahora entiendo muchas cosas, como eso de los torturadores que no quieren extraditar… Es que – le digo acariciándole la cabeza – eres muy lista, mi reina. Ah, no, – exclama – a mi no me llames reina, se levanta alzando el hocico indignada, yo también soy republicana. Río para mis adentros mientras esta perrita inquieta sigue con su interrogatorio: Lo que no entiendo es por qué algunos dicen que durante el franquismo se vivía bien. Claro, peluche – le respondo de forma enérgica porque quiero terminar esta conversación – si eres un burro y no necesitas más que un poco de alfalfa, sí, podías vivir. Además, Franco se encargó de que algunos ciudadanos no se quitaran nunca la boina. Muchos la siguen llevando a rosca-chapa, como diría Gomaespuma. Ahora duerme un rato y déjame escribir, que tengo un montón de trabajo por delante.
Lo de dormir es una orden que Bardita asume de maravilla. Dicho y hecho, se hace una rosquilla y al momento su respiración indica que anda correteando por alguna pradera onírica. Si no fuera porque dicen que los perros no saben sonreír, juraría que acaba de cruzarse con el westy más guapo de su paraíso particular y le sonríe. Os deseo un buen fin de semana y lo mejor para este nuevo otoño, que de momento, ya nos ha traído el regalo de la lluvia.
