Como no quiero hablar del calor que hace, llevo días sin asomarme a este blog. Pero anoche recibí un rapapolvo. Y aquí estoy, haciendo acto de presencia. La culpa la tiene mi hermana, que es una devoradora de literatura y califica mi obra como escasa. Un libro de cuentos y apenas dos novelas, me dice. A tus años. No creo que te hayas herniado. ¡Vaga, que eres una vaga!, remata antes de colgar el teléfono, al menos dale un poco de vidilla a ese pobre blog. Yo, a pesar de mi carácter libertario, tengo muy buen rollo con mi familia. Así que he pasado la noche dándole vueltas a sus palabras. Es lo que tiene la mala conciencia. Encima, un mosquito ha estado dando la tabarra en mi dormitorio hasta hace un rato. Qué pesadito se ha puesto. Tanto, que a las cuatro de la mañana, harta ya de estar harta, me he medio vestido y le he dicho a mi compañera de fatigas: vamos a dar un paseo. A Bardita los mosquitos no se le dan tan bien como las moscas. Las moscas las caza en un pispás. Pero los mosquitos se le resisten. La pobre llevaba un buen rato frustrada persiguiendo el leve aleteo y me ha seguido sin rechistar. En la calle se estaba en la gloria. Una parejita se hacía arrumacos en un banco, pero el resto del parque, estaba a nuestra disposición. Barda, Bardita se ha tumbado en la hierba y me ha clavado sus grandes ojos negros: Aquí se está de miedo. Venga, tírate al césped conmigo y pasemos lo que queda de noche. He estado en un tris de decirle que sí. Pero mi lado adulto me ha reprimido. Bardita, ha sido mi respuesta, que van a creer que somos indigentes. Y no lo he dicho en broma. Creo que, por desgracia, hay imágenes muy dolorosas a las que nos tendremos que acostumbrar.
Menos mal que nos va saliendo algún Curro Jiménez, con el permiso de Sancho Gracia, que descanse en paz. Falta nos hacen los Sánchez Gordillo. A este país le están creciendo las injusticias a un ritmo tan desorbitado, que estamos en la antesala de la revolución. O eso sería lo deseable. Con las indecencias a las que estamos asistiendo, no sería para menos. Es que no se puede uno creer que estos peperos tengan la desvergüenza de gastarse la pasta en un restaurante VIP. En plena crisis, abusando de su mayoría, se montan un restaurante de lujo dentro del parlamento gallego. No se puede uno creer que tengan la desvergüenza de darle ayudas a la banca mientras se plantean retirar la ayuda de 400 míseros euros a los parados. Que tengan la desvergüenza de decir que es para que se pongan las pilas y encuentren trabajo. ¡Pero serán indecentes! Qué lástima de país. En qué manos hemos caído. En fin, si alguien se anima a hacer la revolución, ahí estaré, en primera fila. No por ánimo de protagonismo, sino porque soy bajita y atrás no veo nada.
Como no quiero hablar del calor, termino hablando de revoluciones. Pero tampoco es de extrañar. En estos días intento no ver los telediarios, no leer el periódico, ni escuchar la radio. Pero mis intentos son vanos. Y eso que estar informada me pone de una leche monumental. De modo que a lo largo del día mi temperatura va subiendo y si no fuera por el gran invento de la cerveza, sufriría una apoplejía. Por cierto, que nunca he sabido muy bien lo que es una apoplejía, pero suena de lo más novelesco. La verdad es que también ando un poco alterada de los nervios. Porque aunque no quiero hablar del calor que hace, por su culpa, tengo mono. Mono de caminar. De dar esos largos paseos que me reconcilian con mi mente. Paseos que me oxigenan las ideas y me sorprenden con momentos de inspiración. Tanto es así, que a veces se me puede ver tomando notas en la calle, en esas pequeñas libretas que se amontonan en mi vida. Cuenta la historia que muchos escritores antes que yo han tenido el mismo vicio. El de caminar. Un día hablaré sobre ellos. Creo que la escritura está muy relacionada con el ritmo del vivir. El ritmo de la respiración y el movimiento de las piernas.
Bardita, que también tiene su propio ritmo, empieza a bostezar. Ha llegado el momento de que regresemos a nuestra porción de horno. Cuando llegamos a casa, enciendo el portátil. Barda me mira con resignación. Yo me voy a dormir, parece decirme, tú sabrás lo que haces. Y mientras empiezo a mover los dedos sobre el teclado, ella fluye con sus suaves movimientos hacia la terraza. Casi puedo leer sus pensamientos: pues no sé para qué escribes a estas horas, total para hablar del calor que hace…
En literatura, la cantidad no importa mucho, en mi opinión. La calidad lo es todo. Con unos pocos poemas se puede llenar el mundo de belleza. Con una sola novela se puede llenar el mundo de fantasía. Con un solo libro se puede cambiar _para bien o para mal, mejor para bien_ el mundo. Escribes de forma excelente, y punto.
Gracias por tus palabras, me has alegrado un día gris y griposo. Un abrazo