Como ya estamos a fin de sueldo, le estoy dando vueltas a la cosa de la pasta. A ver si se me ocurre cómo alejarme de la indigencia. Si yo supiera hacer reír, no lo dudaría, me haría cómica. No creo que los cómicos hagan grandes fortunas, pero tienen pinta de pasarlo muy bien. No hay nada que más admire que un buen humorista. Alguien como Gila. Mira que hay que ser grande para coger un teléfono y pedir que se pare la guerra. ¿Está el enemigo? Pues que se ponga. Me habría encantado ver su versión de la nueva indecencia política. ¿Está Bárcenas por ahí? No, está en el piso de arriba, repartiendo sobres. Barda, que me está escuchando con atención, agacha la cabeza y se tapa los ojos con una pata. Bardita, le digo, podrías reírte, aunque sólo fuera por cumplir. Tengo claro que la versión de Gila habría sido mucho mejor, qué digo, mejor, habría sido genial. Ya sé que no tengo gracia, Barda, si la tuviera, ¡ay si la tuviera…! Es que tengo sueño, dice tumbándose panza arriba y disimulando. Bosteza abriendo una boca de buzón de correos y se tumba de medio lado. Aunque sé que está haciendo teatro, hay en ello algo de verdad. En estas fechas mi perrita hiberna. A veces dudo si tendrá algún cruce con oso, porque duerme y duerme y al poco, vuelve a dormir.
Me levanto de puntillas y me voy a la cocina a prepararme unas hierbas. Cuando regreso, Barda aun no ha cogido el sueño y mordisquea un juguete de trapo. Ahí afuera el viento araña las rojas fachadas, yo ya estoy en pijama y Stephen King me mira con su cara de chalado desde la mesa. Esta es mi vida, me digo, y me gusta. Una vida suave y decente. Es una palabra que no está de moda: decente. Vivimos malos tiempos, algunos, tiempos terribles. Sólo espero que no nos ensucie tanta inmundicia política. Barda mueve la cabeza de un lado a otro. Casi puedo leer su pensamiento: ya empezamos. Es que es demasiado, Bardita. Entre la Cospedal que miente más que habla, el “no me consta, no me consta, no me consta” que se ha convertido en el mantra pepero, la Casa Real, el Rajoy que sólo habla cada cinco meses y cuando lo hace sube el precio del pan, en su caso, literalmente. Son una vergüenza. El otro día entrevistaron en la radio al alcalde de mi pueblo, el Sr. Vinuesa. Por si alguien no le localiza es un señor que tiene asesores que pagamos todos y que se dedican a insultar a los ciudadanos, como el que llamó “moro de mierda” al deportista Mohamed Elbendir que estuvo acampado frente al ayuntamiento reclamando un dinero que se le debía. Ah, sí, Barda se levanta emocionada, me acuerdo de él, era muy simpático. Pues sí que lo era, estuvimos charlando con él un par de veces, qué buena memoria tienes, orejitas. Por cierto que no sé si al final cobró. Si alguien lo sabe, que lo comparta en un comentario. Bardita vuelve a tumbarse. Una vez ubicado el alcalde de mi pueblo, a lo que iba, es a admirar su frescura. Por no decir la jeta que tiene. A los ciudadanos nos están recortando la vida con carácter urgente e inmediato. Pues ellos no. Explicó que se “estudiará” su bajada de sueldo al terminar la legislatura o en la siguiente. Insistió en que los ciudadanos teníamos que entender que no se haría antes. Por más que puse la oreja, mi humilde cerebro de escritora no logró dilucidar las razones por las que no lo harían antes. ¡Manda narices! Por si alguien no lo sabe, este señor, es uno de los alcaldes con el sueldo más alto del país. Qué ganas me dieron de acercarme a la radio a decirle un par de cosas. Bueno, tranquila, dice Bardita. Creo que mi perra tiene miedo a que un día me dé un yuyu de tanta mala uva. Tienes razón, bonita, le digo, no voy a seguir por ese camino que no quiero pasar mala noche.
Así que me levanto, me estiro un poco por aquí y por allá y me siento a escribir. Bardita al fin se relaja y se hace un ovillo dispuesta a ejercer de perra vaga. Mi taza aun humea, Mozart nos acompaña y pongo manos a la obra. He empezado el año cabalgando la primera reescritura de mi nueva novela. Es como subirse a un potro salvaje. Hay que dominarlo, pero sin robarle su carácter. Es un gigantesco desafío. Por eso me gusta. Dice Stephen King en “Mientras escribo”, el libro que estoy releyendo, que “escribir narrativa, al menos narrativa larga, es como cruzar el Atlántico en bañera”. Estoy de acuerdo con él. Añado que las aguas a veces son muy bravas, la tierra apenas se vislumbra allá a lo lejos y sólo algún farolillo en la noche indica el camino. Los tiburones se relamen a tu alrededor y los remos a menudo, no alcanzan. A pesar de todo ello, escribir es un hermoso juego. Una noble pasión. Ante el papel en blanco, somos recios aventureros explorando las tierras vírgenes de nuestra imaginación.
Os deseo un feliz fin de cuesta de enero. Espero que no paséis mucho frío, sobre todo los que habéis tenido que marcharos, como mi amigo Pacorro que anda por Alemania tratando de cazar alguna rubia pingüina. Os dejo en buena compañía, con una de mis canciones favoritas, Angie, de mis queridos Stones.