Esta mañana me he cruzado con unos borrachos que volvían de las fiestas de San Sebastián de los Reyes. No tengo nada que objetar a las borracheras. Pero las de Sanse son unas fiestas que detesto, por taurinas. Este año estoy empeñada en disfrutar de la belleza de la vida, y como la salvajada que es la base de esas fiestas me saca de mis casillas, había tomado la decisión de ignorarlas. Más que nada porque luego tengo que hacer maratones de relajación. Pero la realidad es muy tenaz y se niega a que se la oculte. Los dos borrachos vocingleros se han encargado de ello.
Hasta hace un par de años los encierros se celebraban a las ocho de la mañana. Ahora empiezan más tarde, a eso de las once, en parte para que puedan ir los niños y se vayan enganchando a esa crueldad gratuita. Y por si no llegan a tiempo, a la una, hay encierros para ellos, para los chavales. Así seguirá en marcha lo que alguna gente llama tradición y los humanos más evolucionados llamamos barbarie, violencia injustificada y tortura salvaje. Es indignante pensar que ahí al lado, a pocos kilómetros de donde escribo estas líneas se tortura a seres vivos, a mamíferos como nosotros. Los encierros, el toro de fuego, las becerradas. Todo ello actividades dignas de un país de descerebrados. Disfrutar haciendo daño a becerritos recién destetados, es cosa de enfermos mentales. No hay más que ver esas terribles imágenes, que han hecho públicas PACMA y algunos medios de comunicación. Imágenes que debo reconocer que no he podido ver. Prefiero no hacerlo. No quiero odiar al género humano. Algún día los futuros españoles mirarán atrás y se avergonzarán del sadismo de estas prácticas. Eso si sobrevivimos a nuestra propia estupidez, que es mucha. Nuestro ritmo de autodestrucción es imparable, de modo que no sé si llegará el momento de la autocrítica.
- Pues sí que estamos buenas hoy – dice Bardita, que está tumbada en medio del salón lamiéndose una patita mientras habla.
- Es que esta bestialidad de la tauromaquia me pone de muy mal humor.
- Ya, pero todos los años dices lo mismo.
- Poco más puedo decir. Lo puedo decir en verso, o cantando, para variar, pero no sé si será más efectivo que la prosa.
- Ay, ¿qué quieres que te diga? Yo con mi arturitis, este año ya tengo bastantes preocupaciones.
- ¡Pobre peluche! – le digo y me agacho a rascarle detrás de las orejas.
Mi querida compañera de fatigas tiene artritis, arturitis, como decía la madre del magnífico Ignatius, de “La conjura de los necios”, una de las grandes novelas del siglo pasado. Si no la habéis leído, no os demoréis, que la vida es breve. Esa es una novela imperdible, sin duda. Como decía, Bardita tiene arturitis y andamos un poco fastidiadas, menos mal que esta perrita tiene mucho coraje…
- Y tú unos brazos fuertes para cargar conmigo. ¡Qué buena madre eres!
- Noto un cierto cachondeo en tus palabras. Ya sabes que a mí lo de la maternidad me la refanfinfla. Mi genética es tirando a masculina, soy de dedo índice corto y anular largo. Como cuenta Rosa Montero en su novela “La ridícula idea de no volver a verte”, que estoy ahora leyendo, eso indica poca propensión a lo mal llamado típicamente femenino.
- ¡Cuánto lees, madre mía! – dice bostezando y acomodándose para echar una de sus largas cabezadas.
- Leer es uno de los grandes placeres de la vida, Bardita. Leer es…
Mis palabras quedan en suspenso. Barda ya duerme. Siempre me asombra su eficiencia para conectarse al sueño. Mi perra es un ser extraordinario, mágico, de alguna forma que no sabría explicar. Su compañía me da paz, de modo que me concentro en la pantalla del portátil dispuesta a escribir algunas líneas de mi nueva novela, que avanza a paso de tortuga mareada. Aunque, en realidad, eso no tiene importancia. Desde la muerte de mi hermana Marina las cosas en mi vida se mueven a otro ritmo. Un par de líneas o un párrafo al día son suficientes. Lo que importa es disfrutar, y hay pocas cosas que me gusten más que escribir sintiendo cerca la suave respiración de Bardita. Por el rabillo del ojo veo que mueve las patas, seguro que está persiguiendo algún conejo por sus praderas oníricas. Es lo bueno de los sueños, sólo hay que dejarse llevar y hasta la arturitis desaparece.
Espero que también encontréis la forma de evadiros de cualquier realidad que os incomode. A veces las cosas más sencillas son suficientes.
Feliz regreso de vacaciones.