Hoy me he levantado contenta. Bardita dormía a mi lado y un tímido amanecer otoñal empujaba tras la ventana. Mi cuerpo parecía renacido, cargado de energía, como preparado para una fiesta. He salido de la cama sin hacer ruido y he ido a la cocina a canturrear. Aun todo dormía ahí afuera. Pero yo estaba lista para la aventura de la vida. Y no es que el mundo haya cambiado en una noche. Los banqueros y magnates no han dejado de gobernar. Nuestros políticos siguen siendo impresentables. Y ningún un nuevo amor ha llamado a mi puerta. Pero algo ha sucedido que lo ha cambiado todo. Al menos para mí. Al menos por un momento. Es lo que tienen las ilusiones. Nos dan una pequeña tregua en la batalla del vivir. Desbancan al tiempo, echan de un caderazo a los tristes pensamientos y todo parece que pudiera volver a empezar: Mi última novela, La orilla de las quimeras, ha salido a la venta.
Bardita, que se contagia con facilidad de mis estados de ánimo, se ha levantado temprano y anda exultante por la casa. Con lo vaga que tú eres, le digo, y ya quieres salir. Responde moviendo el rabo con entusiasmo. Eso es un sí, me digo, y nos preparamos para el paseo matutino.
En la calle hace un frío considerable y un leve manto helado cubre los alrededores. Un vecino rasca el cristal de su coche. Mira, Bardita, un currante luchando contra las
inclemencias. Fíjate bien, eso también lo hacía yo antes de que tú nacieras. Mientras le hablo, a mi memoria vienen otros tiempos, mi época de trabajadora aguerrida. Mañanitas congeladas de tacón alto y cafés volados. El manto blanco también me hace pensar en la
Navidad, que se nos echa encima. Sobre eso no le digo nada a Barda, que olisquea interesada el tronco de un arbolillo, pero algo debe haber notado porque me mira con curiosidad. Después de seguir rastros, hacer necesidades y rodear el barrio saludando amigos caninos, decidimos regresar a casa.
Barda, Bardita se sienta en la entrada a esperar sus chuches. Le tiro una galleta. Juega un poco a cazarla y se la come con apetito. Pero ella sabe que algo me ronda por la cabeza y cuando termina vuelve a sentarse frente a mi. Al fin lo confieso. No te preocupes, es esto de la Navidad que no me gusta nada. ¿Qué es eso de la Navidad, que ya no me acuerdo? Dice poniendo su carilla más inocente. Bah, suspiro desanimada, otro día te lo explico, que hoy no tengo ganas. Barda mueve la cabeza de un lado a otro, esperando su respuesta. Creo que no renunciará. Vale, le digo, te haré un resumen. La Navidad es un tiempo raro en el que la gente se desquicia gastando el dinero que no tiene, visitando a parientes a los que no quiere ver y llorando a solas la ausencia de los que ya se fueron. Un tiempo triste para muchos. Además, casi nadie cree en las cosas que se conmemoran en estas fechas. Entiendo, dice. Entonces, ¿por qué la celebráis?. Me preguntan sus ojos inteligentes. Y aunque intuyo que ya sabe la respuesta, le contesto: Vete tú a saber, ya sabes como somos.
Se tumba con la cabeza apoyada en el suelo. Creo que a veces se cansa de cómo somos. Deberías disfrutar de lo que tienes, dice con un brillo especial en la mirada. No todos
los días se publica una novela tan chachi como La orilla de las quimeras. Es cierto, le doy la razón, ¿te acuerdas de lo bien que lo hemos pasado escribiéndola?. Bardita vuelve a levantarse y muestra su entusiasmo moviendo el rabo. Es verdad, dice, qué personajes más auténticos. Todavía recuerdo tus carreras por el pasillo hablando con Tumbarán. ¡Qué guapo, Tumbarán!, exclamo. Me agacho, me siento a su lado y le doy un achuchón. La verdad es que estoy muy contenta. Es un lujo que algo que se disfruta tanto además
puedan leerlo otros. Hemos tenido suerte. Sí, dice, pero no te olvides de los madrugones y las trasnochadas que te dabas. Menuda época, es cierto. Pero es lo que tienen las obsesiones, le digo. Bardita me lame la mano con mimo. Por si las obsesiones dolieran. Le
rasco detrás de las orejas y señalo al dormitorio para que se vaya tranquila a dormir.
Barda me da la espalda y camina con un suave bamboleo de caderas, algo que sólo hace cuando tiene mucho sueño. Qué descanses, orejitas, le digo. Espero que tengas sueños felices y te veas correteando por los bosques de la Tierra Común.