La música es luz y alegría y tiene la virtud de elevarnos sobre las nubes del tiempo. A veces oímos una canción olvidada y aterrizamos en lugares y momentos atesorados en la memoria. Estos días me ocurre con Rush, no hago más que pinchar uno de sus discos y me veo en la casa de mi familia canadiense: mis primos me rodean, Pierre toca su guitarra eléctrica y tía Santi grita desde la cocina, que es la hora de cenar. El tiempo, a veces, de forma mágica, rompe sus barreras y nos permite ver el rostro del ayer. Pierre se fue hace tiempo y, sin embargo, puedo verle como si estuviera en la habitación de al lado y cuando pienso en él, le imagino alborotando el cielo con sus locuras. Mi tía Santi se acaba de marchar siguiendo sus pasos. Mientras Bardita duerme a mi lado, os contaré algunas cosas de esta hermosa mujer que tenía el mar Cantábrico en los sueños y la vida le dio nieve, mucha nieve. Mis tíos, Eugenio y Santi emigraron huyendo de un triste país. Esa España de los sesenta que tenía un excedente de gris y los corazones y las mentes practicaban el silencio mientras peleaban duro para no hundirse en ese lodazal. Ellos se fueron en busca de nuevas oportunidades, y las encontraron. Canadá les acogió como a los ciudadanos del mundo que eran, igual que lo somos tú y yo. Les acogió como nosotros deberíamos acoger a los que huyen de la miseria, de las guerras y de la injusticia, porque todos nosotros somos eso: “ciudadanos del mundo” y algún día ese será el único pasaporte que llevaremos en la cartera.
Bardita abre un ojo entre sueños y lo vuelve a cerrar. Entre los dos gestos casi puedo leerle el pensamiento: “Ya te estás enfadando y poniéndote guerrera”. Barda, hasta dormida, tiene razón. Pero hoy no he abierto este cuaderno para protestar, sino para abrazar los detalles de la vida, los que le dan forma a nuestra biografía. De modo que dejaremos las reivindicaciones para otro momento. Como ya os he contado, mis tíos emigraron a Canadá y tuvieron una buena vida, seguramente llena de nostalgia, pero también plena de oportunidades. Detrás había quedado la familia y desde que tengo memoria, recuerdo la llegada de las cartas de mi tía Santi como algo especial. Escribía largas cartas acompañadas de fotografías. Su correspondencia era famosa en el ámbito familiar. Tía Santi reunía conceptos y acontecimientos y los dejaba caer amontonados como trastos en un bazar. Cuando terminábamos de leer y descifrar cada párrafo, la nieve, la estupidez del nacionalismo quebequés y las tartas de manzana se habían hilado en una desmesurada alegría de vivir.
Años después, viví en Montreal y pude compartir con ella nieve y paseos por aquella moderna y cosmopolita ciudad. Allí yo también redacté cartas para los que me esperaban al otro lado del charco. Ignoro si eran tan sabrosas como las de mi tía, pero sí sé que eran cartas de las de antes, de las que se escribían en hojas de papel pautado. Aunque yo en aquel tiempo, ya acostumbraba a escribir por el otro lado.
Te queremos, tía Santi.
“Si te dan un papel pautado, escribe por detrás” J. Ramón Jiménez.