Están sucediendo tantas cosas, que no sé por dónde empezar. Esta mañana me he sentado ante el portátil dispuesta a expresar lo que siento. Dispuesta a desahogar mi indignación. Para empezar, no me decidía sobre qué fotografía usar de cabecera. Cualquiera de las terribles imágenes de violencia de estado a las que hemos asistido, habría servido. Un joven detenido por ocho policías, porras apaleando a diestro y siniestro, un jubilado arrastrado por los suelos y caras ensangrentadas. Son muchas las imágenes que pasarán a la historia. Pero hoy no quiero volver a verlas. Cuando al fin decido lo que animará esta entrada, llega Bardita moviendo el rabo. Son ya las once de la mañana y ella acaba de despertar. Esta perrita huele la lluvia a distancia. Incluso desde su mundo onírico. Imagino su pensamiento: para qué despertarse, con la que está cayendo. En Madrid, hoy es el primer día de lluvia constante del otoño. Falta nos hacía un poco de agua. Venga, vamos a la calle, Bardita, le digo. Aunque sé que ella sería feliz si le pusiera una sonda urinaria para no tener que salir.
Cuando bajamos caen chuzos de punta y hago tiempo en el portal con la esperanza de que escampe. Mientras tanto, sigo dándole vueltas a los últimos sucesos. Pienso en los antidisturbios convertidos en perros de presa. Lo peor no es su actitud chulesca, lo peor es saber que sólo siguen órdenes. A ellos les dicen: muerde y muerden, mata y matan. Como seres humanos siempre han tenido mi desprecio. Para elegir ese cuerpo dentro de esa profesión hay que tener un instinto violento que no va conmigo. Pero más preocupante es que estén recibiendo órdenes más dignas de una dictadura que de una democracia. Estamos yendo hacia atrás. Lo que es peor, cada vez más a menudo tengo la sensación de ir hacia lo desconocido. Antes las cosas estaban más claras. Uno se manifestaba y votaba, que son las herramientas de participación que tiene más a mano el ciudadano. Esos pequeños gestos, tenían un efecto. A veces se avanzaba y a veces había retrocesos. Pero ahora parece que hagamos lo que hagamos, el guión ya está escrito. Aunque uno no sabe bien cuál es el guión. El futuro es un borrón negro por el que apenas queda ningún resquicio para que entre la luz.
La lluvia sigue cayendo ahí afuera y Bardita espera sentada a mi lado. Si pudiera pedir algunos deseos, uno de ellos sería que la lluvia se llevara a los malditos mercados, se llevara a este capitalismo salvaje que trata de engullirnos. Desearía que la lluvia arrastrara por el fango a nuestros indencentes gobernantes. Que limpiara de una vez la incultura crónica en la que vive inmerso este país. Aunque me parece que estos sueños se los va a llevar el viento. Por desgracia, parece que todo siempre puede empeorar. Tal vez por eso nuestro incalificable presidente se permita fumar un puro paseando por las calles de Nueva York. Total, dirá, que se jodan, mientras yo siga disfrutando de los placeres de la vida. Que se jodan, mientras yo tenga mi lugar en la historia. Y al tiempo que el humo de su puro asciende, crece el número de españoles que tienen que comer de caridad, crece el número de españoles desahuciados, el número de españoles sin trabajo y el número de españoles indignados hasta la saciedad. Usted tranquilo, señor Rajoy, que a la historia pasará, pero como el peor presidente que haya existido en este país.
Finalmente, Bardita tiene que conformarse con hacer pis bajo la lluvia a la vuelta de la esquina. Subimos a casa y me centro en lo otro. Lo importante. Las letras. Mi nueva novela, que va despacio, pero avanza. Tampoco tengo ninguna prisa, total, tal y como está el mundo editorial, aunque escribiera El Quijote daría lo mismo. Menos mal que una escribe por pura pasión porque aquí la literatura está a la cola en todo. Ya lo he dicho otras veces, pero lo repito por si alguien no se ha enterado: aquí Harry Potter seguiría guardado en un cajón. Esto es España, señores. Menos mal que hay gente como los de Página Trece, que siguen bregando con la literatura. Gente como De Lectura Obligada o Mundo Palabras y tantos otros que con su labor hacen que los escritores conocidos y desconocidos tengamos algún espacio de promoción en la red.
Bueno, menos llorar y más escribir, parece decirme Bardita desde una de sus muchas camas caninas. Vale, orejitas, te haré caso. Doy media vuelta y empiezo a teclear. Lo hago convencida de que pase lo que pase no dejaré de hacer las cosas en las que creo. Segura de que siempre escribiré, tenga lectores o no. Al fin y al cabo, escribo para tener sentido. Y mientras lo hago no pierdo la esperanza de que el Capitán Trueno venga a repartir un poco de justicia.