Al fin el clima nos ha dado un respiro. Al menos en Madrid. Esta mañana hemos podido dar un buen paseo con chaqueta y pantalón largo. Ya se echaba de menos. Bardita, que ha pasado el verano en posición horizontal, hoy ha corrido un rato detrás de la pelota. Está desconocida. Lo que hace el fresquito no lo hace nada. Ha sido un bonito paseo. Pero siempre tiene que haber algo que aporte la nota discordante. Al llegar a casa, me encuentro con un vecino que me habla de los encierros de San Sebastián de los Reyes. El pueblo de al lado. A mí, que soy antitaurina hasta la médula, en estas fechas se me pone el cuerpo del revés. Así que prefiero ignorar lo que ocurre a unos metros de mi casa. Vaya tapón que hubo ayer en los encierros, me cuenta inocentemente mi vecino. Lo dice esperando que sienta lástima por los corredores. Mi gesto le deja claro que se ha colado. Le respondo: Lo que tienen es taponado el cerebro. En lugar de putear a los toros más les valdría estar peleando por su futuro. Que lo tienen muy negro. Le digo. Mi vecino se ha quedado obnubilado y con la boca a medio abrir. Menuda juventud, pienso mientras subo a casa. Así nos va. Cuando llegamos, a Bardita, no le ha quedado claro ni lo del tapón ni lo del encierro y me interroga. Se sienta en la cocina simulando un gran interés. Aunque yo sé que en el fondo está esperando su chuche. Pues mira, le digo, lo de los encierros es una burrada como tantas que hay en este país. Alguna gente se divierte haciendo pasar un mal rato a unos pobres animales. Y encima, al final les dan matarile de una forma sanguinaria y cruel. Por diversión, dicen. Unos torturadores. Eso es lo que son. Y para más inri le llaman arte. ¡Manda narices! A los amantes de la tauromaquia les echaba yo un rato a los leones, para que se divirtiera algún romano. Bueno, no te enfaces, dice Bardita, que ha olido cómo se han ido extendiendo por mi cuerpo las hormonas de la mala leche. Tienes razón. Respiro hondo, me agacho y le rasco detrás de las orejas. Es que me ponen de mal humor. Mascullo levantándome y dándole una galletita. Ya debería tener asumido que a este país le falta un hervor. Pienso. Aquí hay mucho personal sin civilizar. Cuando termina su galleta, Barda se dispone a buscar un lugar para su primera siesta del día. Al marcharse me espeta: A mí, desde luego no me lleves a los encierros. Mira que si se equivocan y me echan a la plaza. No te preocupes, ojazos, le digo, que nunca iremos. Cuando desaparece por el pasillo, me permito, por un momento, soñar. Sería hermoso que con el tiempo fueran desapareciendo estas salvajadas. Estaría bien tomar como ejemplo lo que han ingeniado en Mataelpino. Llevan tres años haciendo los encierros con una bola gigante. El boloencierro. Y lo pasan tan ricamente. Sin fastidiar a ningún ser vivo. Habría que tomar ejemplo. Por desgracia, es una excepción y ha sido por razones presupuestarias. Un breve arrebato de cordura. Todo indica que para que algunos españoles respeten a los animales, aun falta mucho tiempo.
Cuando al fin logro que se me pase el mosqueo taurino, es casi la hora del vermú. Todo parece volver a la tranquilidad. Hasta que, de pronto, se oyen voces en la calle y Bardita sale a la terraza como una posesa para defender el territorio. Ella tiene muy claro que lo suyo es suyo. Y no hay nada que discutir. Debe haber hecho un máster en agrimensura con algún chanchullero del ladrillo. Salgo a poner orden y veo que el cielo está superpoblado de estelas. Ante mis ojos se materializan los famosos Chemtrails. Estas cosas son las que le encantan a mi amiga Inma. Ella fue quien me informó sobre el particular. Tengo que decir que me quedé asombrada. Desde que me lo dijo, miro al cielo y veo el fenómeno un día sí y otro también. Por si alguien no lo conoce, que eche un vistazo al cielo de su barrio. En Alcobendas, que tenemos la fortuna de tener el cielo muy a mano, se ven a menudo. Los aviones suelen ir en parejas, a veces en tríos. Vuelan en paralelo y cruzándose. Se tiran horas para dejar en el cielo un enrejado de estelas aéreas hasta casi cubrirlo. Hay quien habla de conspiraciones contra el ciudadano, otros, de manipulación del clima. Yo no tengo una opinión muy clara sobre qué hay detrás del asunto. Pero el fenómeno está ahí. Y nadie da explicaciones. Bien pensado, teniendo en cuenta los que tendrían que darlas, casi mejor. Total, para oír mentiras…
Así que entre los encierros, las conspiraciones, el gobierno de mierda que tenemos y que España no deja de arder, estoy desolada. Menudo verano. A ver si regresan pronto los extraterrestres y nos dan un cogotón. Sí, esos que dicen que inseminaron a nuestros ancestros. Eso sí, que no tarden. Como se descuiden, cuando vuelvan sólo van a encontrar un desierto. Al menos en España. Menos mal que esta noche me voy a ver a Rosendo y a Burning, que es lo único bueno que tienen estas fiestas: la música. Leño siempre fue mi grupo favorito y ante Rosendo me quito el sombrero. Y si de paso los Burning me vuelven a cantar ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? para mí, la diversión está asegurada. Yo disfruto así, sin hacerle daño a nadie. Ya sabéis, son Maneras de Vivir.
Hola, Esther:
Mike y yo os echábamos de menos :O
Menos mal que somos escritores y podemos imaginar un mundo mejor (eso me dicen a mi 😉 Sí, compañera, este país está que echa humo y aún así yo te diría que le falta varios hervores, la cosa figura muy en mantillas. El tema del maltrato animal es algo que, sencillamente, saca lo peor de mi porque, como bien comentas, no hace más que demostrar lo primitivos que somos y siento una vergüenza atroz por ello.
Y el tema de los incendios… va a llegar un día que, por ejemplo, en la compra oigamos algo como: «Póngame cuarto y mitad de erial… bien chamuscado, por favor, y me lo envuelve para regalo…» Se que este tema no se merece ninguna frivolidad, pero es que yo cuando me enfado, no sé muy bien por qué, solo me salen estas ironías; supongo que será para suavizar…
Un abrazo.
Hola Mar:
Menos mal, como dices, que podemos soñar…
Dale un achuchón a Mike y otro para ti.
Besos