Desde que se fue mi hermana Marina me ocurren cosas extrañas. No voy a enumerarlas, son tantas que, si lo hago, lo mismo me llaman para ir al programa “Cuarto Milenio”. Ayer, sin ir más lejos, mientras pensaba en las fiestas navideñas, y en momentos del pasado, sucedió una de ellas: una pared crujió como si fuera a abrirse de arriba abajo y un segundo después, en el lado opuesto del salón, se despeñaron de golpe todos los libros de una estantería. Ya casi ni me asombran estas cosas. Y de alguna forma me alegran el día porque siento que ella sigue por ahí, protestando por no estar viva, enviándome mensajes que me animan a no perder la esperanza. Estos sucesos me hacen sospechar que podría haber algo más allá de nuestra pequeñez de mamíferos a medio evolucionar. A veces creo que formamos parte de un juego incomprensible, un juego a menudo cruel y sólo en ocasiones divertido. Un juego con un sentido secreto, oculto a nuestros ojos. Lo que sí intuyo es que, si existiera un dios, éste no sería un macho. La fuerza creadora tiene visos de ser femenina. Ahora vivimos en la era del macho, digo “macho” a propósito, porque no es la era del hombre, al que amo y respeto igual que a mis compañeras femeninas. Esta era es aún la de las guerras, la de la posesión, el egoísmo, la prevalencia del más fuerte. Y las religiones, todas machistas, siguen en su esfuerzo milenario por acallar a las mujeres, silenciarnos, mantenernos en casa, limpiando y sirviendo la mesa. En el caso de la Iglesia Católica, todo se hace en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, una bonita ficción de machos, como tiene que ser, para mantener hasta en lo espiritual la hegemonía de su poder.
Tanto machismo en la educación le da alas a las indecentes “Manadas”…
- A esos de la Manada les daba yo un par de bocados en sus partes – me interrumpe Barda levantándose del suelo, indignada.
- Nada de violencia en esta casa, Bardita. Aunque, entre tú y yo, bien merecidos los tendrían. Esos individuos son carroña humana. Hay que ser indecente para disfrutar humillando a una mujer. Todos con su papel bien asignado, uno mira, otro viola, otro graba. ¡Menuda gentuza cavernaria!
- Así se habla – dice mi perra saliendo del estudio-, pero no te sulfures y dale un poco de cuartelillo al tema catalán, que lo tienes un poco abandonado. Yo, de momento, me voy a aprovechar el solecito que caldea la terraza.
- Ya estoy cansada del asunto catalán. – Grito mientras ella se aleja despacio por el pasillo, hasta que la pierdo de vista.
La verdad es que no quiero gastar ni un adjetivo más para hablar de ello. Mientras nos enredan con el nacionalismo catalán, nos la cuelan por todas partes. Cualquier día no nos llega ni para pagar la luz. Somos el país europeo con la luz más cara, con un desempleo que crece a velocidad de crucero y con la vergüenza constatada de tener más de un millón de familias que dependen de la caridad para alimentarse. Todo abochornante. Es triste, pero nos sucede porque somos vulnerables, y somos los más vulnerables de Europa porque aún no hemos sabido remontar el río la ignorancia. España es así.
Pero ahora el río que hay que atravesar es el de las fiestas navideñas. Yo, por mi parte, voy a intentar guardar silencio, apretar los dientes y esperar que pase de largo todo este bullicio consumista. La Navidad sólo me gustó en aquel tiempo mágico de la infancia. Durante años han sido fechas que me molestaban, como una mosca impertinente, que uno se sacude de un manotazo. Pero ahora, que me falta la mitad de la familia, las detesto. De modo que intentaré pasar de puntillas por estos días de compras absurdas y felicidades a menudo fingidas.
Aunque yo no las disfrute, os deseo de corazón que paséis unas fiestas estupendas, y si hay que comprar, se compra. Pero no lo olvidéis, no ha habido nunca ni habrá regalo mejor que un libro.
https://editorialamarante.es/libros/narrativa/canciones-de-amor-mentido
Felices lecturas.