El otro día, un amigo escritor dijo en las redes sociales que acababa de escribir, de una sentada, diecisiete páginas de su nueva novela. Hay que ser un crack para eso. Yo, sin embargo, soy de partos difíciles, pero emocionantes. El primer borrador siempre es un desafío, y hay momentos mágicos en los que aparecen las ideas y los personajes por arte de birlibirloque. Eso hace de la escritura un vicio que engancha para toda la vida. Sin embargo, en mi opinión, las buenas letras se cocinan en la reescritura. Aunque hasta llegar a ese momento, más artesanal y paciente, hay que atravesar volcanes y asomarse a abismos terribles. A mí, el primer borrador me arrastra durante días por la locura, le pido ayuda a los duendes y me responden monstruos deformes…
- Que me pregunten a mí. Te pones de un pesadito – dice Barda rascándose una oreja. Mi perra está tumbada a mi espalda, en el estudio en el que escribo estas líneas.
- ¡Ay, peluche! es que la vida del artista es tan dura.
- Ya, tú siempre quejándote. Por si no lo sabes, hay vidas mucho peores y, además, mirándolo bien, eres una privilegiada, tú no tienes que sufrir la brecha salarial de las mujeres.
- Qué graciosa eres, perrita, desde luego, no hay discriminación de género entre los que malvivimos de nuestras humildes obras literarias. Yo no sufro la brecha, yo vivo encima de ella. Y es una brecha por la que ascienden llamaradas demoníacas y fragores tremebundos.
- ¿No ves? Lo que yo digo, tú siempre exagerando y quejándote.
- Mira, bebé – digo agachándome y hablándole en voz baja – el que no llora no mama y si no nos hubiéramos quejado, las mujeres todavía tendríamos que andar encogidas por la calle o escondiéndonos.
- Ah, tienes razón, aún me acuerdo de aquel tipo que te decía cosas asquerosas en el barrio. Aunque no me suena que te escondieras mucho, la verdad. (*)
- Tienes buena memoria, Bardita, y ahora déjame escribir, que al ritmo que llevo, pasa la revolución feminista por nuestra casa y no tengo colgado el mandil en la ventana.
- Vale, tú a lo tuyo y yo a lo mío – dice mi perra bostezando y tumbándose para hacer lo que más parece disfrutar en esta vida: dormir.
Creo que este año la manifestación del 8 de marzo va a ser sonada. Afortunadamente. Este movimiento ilusiona, el feminismo al fin ha calado en las conciencias y ya no es cosa de un puñado de mujeres insumisas e irreverentes. El anhelo de igualdad ya forma parte del imaginario colectivo. Es un sueño imparable y sólo a los retrógrados machistas les escuece que la mujer sea quien quiera ser y que la sociedad se vuelque para lograr que lo sea. Espero que en las próximas elecciones a estos tarados cavernarios que desprecian el feminismo, las urnas les den una sonada patada en el culo o en partes más blandas. Más nos vale. Son gente muy, pero que muy peligrosa.
- ¿No te parece, peluche?
Miro hacia atrás buscando la complicidad de mi perra, pero no hay respuesta. Bardita respira suavemente, ajena a los conflictos humanos. Ahora debe estar trotando en alguno de sus prados oníricos. ¿Hay mejor forma de pasar la tarde?
Felices reivindicaciones. Nos vemos en las calles.
(* Sobre el tipejo en cuestión escribí una entrada hace algún tiempo, aquí la tenéis https://www.estheraparicio.com/una-lengua-viciosa-y-el-viento-del-cambio-2 )
Seguiremos en ls brecha, Esther.
Mi padre se fue un día como hoy, pleno de luz, verde y lirios. Creo que lo hizo para que no se me olvidara nunca.
Claro que sí, a los hombres buenos y grandes no se les olvida. Él estaría orgulloso de ti y está sonriéndote desde algún lugar. Un beso