Un tipo se quita la corbata en una ruidosa oficina. El lugar es confortable, la temperatura perfecta, pero sus manos sudan y un ligero temblor muestra su indecisión. El movimiento que está a punto de realizar puede implicar un número variable de millones de euros. Millones arriba o millones abajo. Eso para su bolsillo y el de sus clientes. Para ellos, esa tecla se traduce en yates, mansiones y coches de lujo. Para otros, significa salir a empujones de sus casas por el desahucio. Para muchos, el desempleo y la miseria. Para demasiados, es una condena a morir de hambre, sí, sin exagerar, morir de hambre en países lejanos. Hay que vocalizarlo bien: morir de hambre, porque es una realidad cotidiana. Muerte y desempleo. El encorbatado especula con productos y empresas, el precio del mundo está cada mañana en sus manos. Estamos asistiendo a un momento bochornoso de nuestra historia. Nos están robando la democracia. Ya no mandan los que nosotros elijamos, ahora mandan los Mercados. Aún no sabemos dónde terminará todo este infierno. Pero la pinta no es buena. Aunque como en todo en la vida, hay un rayo de esperanza. Ahora, al menos, somos conscientes del engaño de este capitalismo extremo e indecente. Al menos ahora tenemos la información a mano, las redes sociales han abierto caminos hace años impensables. Un policía golpea a un manifestante y un segundo después las imágenes recorren la red. Un político toma medidas contrarias a lo prometido, y para su vergüenza, si la tuviera, su imagen salta de correo en correo. Su imagen jurando y perjurando lo que nunca hará si sale elegido. Que es precisamente lo que está haciendo en este momento. La información recorre el mundo en segundos, ya no podemos alegar ignorancia, todas las mentiras están ante nuestros ojos. El sistema está podrido y hay que cambiarlo. Yo deseo que alguien escuche a los que tienen soluciones, que alguien detenga a esos usureros que están haciendo que se desmonten los logros sociales. Que tengamos el valor de salir a las calles a gritar que estamos hartos. Que dejen de arrebatarnos con excusas insostenibles lo que tanto nos ha costado conseguir. Y sobre todo, y cuanto antes, que a ese tipo encorbatado, le quiten el teclado.
Te has quedado como una reina, me dice Bardita, mirándome con ojos amorosos. Está sentada frente a mí, en el salón, escuchando. Bueno, como una reina no, le digo, ya deberías saber que soy republicana. Vale, mami, no te lo tomes todo tan a pecho. Ya, si lo intento. Pero es que todo lo que está ocurriendo es vergonzoso. Y ya sabes cómo soy, no puedo quedarme en casa calladita mientras presencio tantas tropelías. ¿Tropelías? Grita Bardita. ¡Vaya palabra más guapa! exclama. Sonrío y olvido por un momento la realidad actual. Por si no te habías dado cuenta, digo estirando la espalda con orgullo, vives con una literata. Ya, a veces lo olvido, como no te haces rica ni nada parecido, suspira apoyando la cabeza en el suelo. Bardita, si echas un vistazo a la historia, verás que casi todos los artistas han pasado hambre. Y en España ya ni te cuento. Pues menos mal que tenemos una bolsa de pienso recién comprada, dice girando los ojos hacia la cocina. Ella tan pragmática como siempre. Tú no te preocupes, que mientras a mí me llegue para hacer un cocidito, a ti no te faltará un hueso. Me mira indignada. ¿Y el pollo? Bueno, era una forma de hablar, ya sabes que el pollo siempre es para ti. Le guiño un ojo, me levanto y me dirijo a mi estudio. Mientras no te comas algún garbanzo, pienso recordando alguna mala noche que me ha dado esta perrita con sus gases pestilentes. Ella me sigue, bamboleándose con la naturalidad de su pereza. Me siento en mi silla desgastada y veo por el rabillo del ojo cómo se tumba mientras empiezo a aporrear mi teclado. Un teclado que, por suerte, y a diferencia de otros, no le hace daño a nadie.

Gracias! Es que Bardita me inspira mucho…