Esta semana he visto el documental “Sting, un hombre libre”. Nunca fui una gran fan suya, pero su dimensión emocional, reivindicativa y solidaria me atrapa. Sting es un artista generoso, como todos los grandes. Sus ojos se humedecen ante la injusticia y los verbos de sus canciones se han conjugado siempre con la actualidad. La música de The Police fue parte de la banda sonora de mis locos años ochenta y, mucho tiempo después, uno de sus temas se coló entre las líneas de una de mis novelas. “Every breath you take” fue una canción que, como tantas otras, se malinterpretó. El mismo Sting ha declarado su sorpresa por ello en más de una ocasión. Eso sucede con algunas canciones-trampa. Te hacen creer que hablan de amor, pero realidad hablan de otra cosa. Son “Canciones de amor mentido”.
- Mira que te gusta hablar – dice Bardita, que está chupeteando lo que queda de la oreja de un muñeco de trapo –, lo mismo te da hablar de canciones, que de novelas. El caso es no dejar la lengua tranquila…
- El día que deje de hablar, será mal asunto, peluche.
- Tú lo que tienes que hacer – dice alzando el morro – es escribir un super ventas de una vez, que ya te estás haciendo mayor.
- Por aquí se está sorteando una bofetada, ten cuidado a ver si te va a tocar.
- Lo digo – me mira de medio lado tratando de averiguar si lo de la bofetada va en serio – por aquello de que en la jubilación nos llegue la pasta para alguna bolsita de pienso…
- Uy, mejor no pensar en la jubilación. Ya sabes, perrita, que en estos tiempos casi todos escribimos por pura pasión. De todos modos, no te preocupes, mi nueva novela avanza viento en popa a toda vela…
- No corta el mar, sino vuela…Espronceda, lo que nos faltaba. Estás de un repipi que no hay quien te soporte. ¡Dónde habrá ido a parar tu lado reivindicativo!
- Te advierto que sigue abierto el sorteo… – Barda ni se inmuta, está claro que ya no me toma en serio -. Ay, peluche, mi lado peleón sigue en forma, pero en lo político estoy un poco decepcionada.
Realmente siento que España es un disco rayado. Parece que hemos entrado en un bucle existencial del que no podemos salir. Los casos de corrupción llegan a la justicia con veinte años de retraso y al gobierno no le salpica ni una gota. Marianete hace afirmaciones indignantes y machistas y aquí no pasa nada. Y no hablemos del tema catalán… Hastiada estoy. Entre el empecinamiento de los independentistas y que al PP le viene que ni pintado echar leña al fuego para tapar sus vergüenzas, estamos arreglados. Lo más triste es que si mañana hubiera elecciones volverían a ganar los mismos. Vaya país. Es como para suicidarse.
Y muchos lo hacen. Según la revista “Muy Interesante”, cada cuarenta segundos una persona se quita la vida. No es de extrañar, vivimos en una sociedad injusta y competitiva que nos arrastra a la desesperación y el desequilibrio. Las depresiones están a la orden del día y la felicidad es un producto que se busca con ansiedad y no se encuentra en esa estantería en la que nos prometieron.
Hace unos días fue el aniversario del nacimiento de Virginia Woolf, una gran mujer, reivindicativa y novelista innovadora. Junto a Marguerite Duras fue uno de mis primeros modelos literarios, y aunque no hubiera sido así, le tendría mucha simpatía. Los suicidas despiertan en mí una enorme ternura. Llegar a ese extremo del sufrimiento y no encontrar la redención de la luz es algo que sólo le puede suceder a un corazón roto y a una mente extraviada en la locura. Dos situaciones que requieren una humanidad enorme y una sensibilidad alejada de lo práctico. Yo no creo que el suicidio sea cosa de cobardes, más bien al contrario, hay que tener un gran coraje para saltar esa valla y entrar en el negro vacío.
- Ah, pues eso ni se te ocurra – Bardita bosteza y empieza a mullir su camita, colocada junto a mis pies, para echar una de sus siestas -, yo en eso no pienso seguirte, que conste, luego no digas…
- Tranquila, peluche, tengo mucho que hacer y que decir, todavía. Además, mientras tengamos gente a la que amar y birra para celebrarlo, aguantaremos como campeonas.
Bardita ya no me oye. En un instante ha entrado en alguna de sus praderas oníricas. Es envidiable su capacidad para ausentarse de la realidad. A mí me gustaría ser tan inteligente como ella. Tal vez así podría ignorar que estamos entrando en febrero, el mes en el que mi hermana cumplía años. Cuando llegaba febrero ya teníamos los regalos preparados. Los regalos para Marina y mi cuñado, Alfredo, que cumplían años con una semana de diferencia. Hasta en eso el destino quiso unirles. Estos días hay momentos en los que correría como una loca tratando de encontrarles para desearles un feliz no-cumpleaños.
A vosotros os deseo que disfrutéis de la vida y que, a ser posible, soñéis con un mundo mejor. Tal vez entre todos algún día lo hagamos realidad.
Feliz febrero.

Gracias Esther! Un abrazo
Gracias a ti, espero que empieces bien el mes. Un beso