Mientras el mundo se revuelve, se enfanga en el odio del fascismo y se prepara para guerras infinitas, Bella se adapta a su nueva vida. Una nueva vida de perrita querida, cuidada, dueña de muñecos, degustadora de chuches y buen pienso. Es una perrita miedosa en la calle, deben haberle dado muchos disgustos sus congéneres en tierras gallegas porque no hace más que oler la llegada de un peludo y empieza a preparar la huida. Sin embargo, de puertas para adentro es feliz. Ya lleva meses conmigo y ha encontrado entre los muros de mi casa su paraíso particular. Creo que lo nuestro fue un flechazo y no he visto un ser tan agradecido y besucón. Esa mirada suya se me clava en el alma. Ha sido una suerte adoptarla. Con el permiso de mi adorada Bardita, con Bella moviendo el rabo por el pasillo, nuestra casa vuelve a ser un hogar.
Pero como la vida se empeña en no darnos tregua, además de una nueva compañera peluda, este año me ha traído el regalo de un cáncer de mama. Suena terrible. Y lo es. Pero el pronóstico fue bueno desde el principio y tras un paseo por el quirófano y algún tratamiento, se podría decir que estoy en forma, como para subir un par de puertos (metafóricos) y escribir media docenita de novelas más. Ahora hay que seguir peleando, que la vida es un poco eso y no hemos hecho más que salir de una batalla cuando entramos en otra.
Volviendo a las cosas buenas de la vida, tengo que decir que Bella aún no tiene voz, literaria, quiero decir. Ya le llegará. De momento la escritura para ella debe ser una parada más en el cómodo viaje que está haciendo desde que empezó el año. Es un cambio de escenario más, una nueva rutina a la que acostumbrarse. Tumbarse en el sofá junto a mi mami humana o correr tras ella y tumbarme en esa otra camita del estudio, ese sitio que huele a madera y a libros y donde la jefa a menudo habla sola.
Ella no sabe que ha caído en casa de una loca escritora. Y cuando ese virus de inventar historias, vestir criaturas imaginarias y perseguir argumentos ha entrado en nuestro interior, a veces nos descubrimos hablando con los personajes. Y una vez infectados por esa pasión uno nunca deja de escribir. Las tragedias de la vida apenas logran alejarnos del papel, el digital o el tradicional. Los dramas vitales nos encojen mientras secamos las lágrimas y arrancamos con furia una frase aquí y un párrafo allá. Tal vez, mientras despedimos a los nuestros, nos falten las fuerzas para abordar la enorme tarea de encauzar una novela. Quizá estemos demasiado agotados o tristes o frustrados para seguir el rastro de las voces que nos susurran sus historias. Pero siempre hay rutas para no abandonar el juego de la escritura, senderos escondidos donde afilar el lapicero. A veces basta con unos párrafos en una bitácora o un relato que nos ayude a recordar que todo puede empezar con un cuento. La necesidad de escribir se impone siempre, la escritura es el amante más fiel.
Un amante que con el que sigo coqueteando para que no se aleje mucho mientras me recompongo porque una vez más estoy intentando ordenar las piezas de mi realidad. Las pérdidas lo desbaratan todo. Hace un año que te fuiste, querido papá y aun la vida no me ha dado tregua. El hueco que dejaste es enorme. Mamá te echa mucho de menos, pero sigue siendo la más guapa y el centro del universo que la rodea. Yo hago lo que puedo. Voy reordenando mi mundo mientras el calor nos persigue y la tristeza va y viene. Me recupero de una enfermedad que tiene un nombre que nos hace huir espantados. Y sigo luchando, cuidada por una sanidad pública que es una joya, mimada por mis amigos que también lo son. Lucho, como tantas otras mujeres que comparten esta experiencia demasiado común en nuestros tiempos. Lo hago sacando de la chistera una fortaleza que no sé bien de dónde sale. Tratando de dar esquinazo a ese mal que me recuerda, una vez más, que también moriré. No sé cuándo ni cómo, pero lo haré, sola o acompañada, igual que lo haremos todos.
Pero mientras eso llega, seguiré hilando frases, juntando ilusiones y mirando con disimulo hacia las esquinas de mi estudio para escuchar a los duendes. Sé que están ahí, escondidos, arrastrando sus sacos tintineantes cargados de perlas. Las de la inspiración. Ahí los imagino, llevándose unos dedos regordetes a la boca para pedir silencio, no vaya a ser que los veamos y se rompa la magia.
– Ten cuidado, Bella, no vayas a asustarles, que tienen la llave de muchos sueños.
Bella se sacude con fuerza, algún hada debe haberse subido a su grupa. Mi nueva compañera peluda, cuando se sacude, despliega sus orejas y parece que esté a punto de volar.
Soy afortunada, esta imaginación mía no tiene límites.
Os deseo un feliz regreso a las rutinas
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