Una vida sin ilusiones es un oscuro paseo por la tristeza. En estos tiempos que corren, el regreso al cole es amargo por necesidad. Las vacaciones han sido, para la mayoría, escasas o inexistentes, los parados siguen parados y los derechos de los trabajadores han quedado definitivamente heridos de muerte. Todo eso unido a la maraña de entramados hediondos y mafiosos que han enriquecido a algunos politicuchos de este país, es como para tirarse al metro. Sin embargo, siempre hay alguna luz entre las sombras y el ciudadano consciente no puede nunca dejar de soñar.
Yo, desde luego, no lo hago. Creo firmemente que en las pequeñas luchas está la victoria. Que un bombero que se niega a ser una herramienta de desahucio da una lección de compromiso con un mundo mejor. Que los que denuncian los recortes a pie de escuela o de hospital son los héroes de nuestro tiempo. Creo que incluso llegará el día en que el Toro de la Vega será un mal recuerdo. De hecho, como decimos en mi pueblo, le quedan dos telediarios. Una fiesta medieval, donde unos tarados con las entrañas llenas de testosterona rancia, disfrutan haciendo sufrir a un noble animal, tiene que desaparecer. Y muy pronto lo hará.
-Eso, eso, que desaparezca. Aunque sólo sea por no aguantar tus cabreos…– dice Bardita que está tumbada a mi lado en el sillón en una de sus posturas favoritas: panza arriba. -Pues sí, peluche– le digo acariciándole la barriga –es que la crueldad de esos analfabetos sin corazón da asco. Además, desde que vivimos juntas me ha crecido la conciencia. Me avergüenza el daño que le hacemos a los animales. Tratamos al reino animal como si fuera de nuestra propiedad. Una propiedad que maltratamos para que unas marujas malcriadas luzcan bolsos y abrigos en sus fiestas. La industria alimentaria los hacina en terribles cuchitriles donde pasan su corta vida sin ver jamás la luz del sol. Todo para que unos humanos sobrealimentados se llenen la panza.
-Desde que te has vuelto vegetariana– Barda interrumpe mi discurso- no hay quien te aguante-. -No Bardita, sólo me estoy vegetarianizando, que no es lo mismo. Aun hay que subir un par de puertos para llegar a meta-. -Qué palabras más raras usas, eso de “vegetarianizarse” me parece a mí que no está en el diccionario de la RAE. Luego dirás que no te aceptan en el club de los literatos afamados-. -Ya sabes que a mí- le digo en voz baja- los clubes no me va nada, así que no me preocupa.– Mi perra deshace su cómoda postura y se tira al suelo. Se mueve con pereza hacia la terraza y vuelve a tumbarse buscando la corriente. -Espero que tu vegeta-lo-qué-sea no me termine dejando a mí sin mi pescadito- Oigo que dice por lo bajinis antes de cerrar los ojos para dormir.
En la vida vamos haciendo cambios. Algunos son pequeños, insustanciales, otros son de más envergadura y miran hacia el futuro con ilusión. ¿Podremos cambiar las cosas o no podremos? De nosotros dependerá. Espero que sepamos aprovechar la oportunidad de cambio que parece asomar en el horizonte político. Quién sabe, tal vez en unos años, esa cantinela diaria de políticos chanchulleros y corruptos hasta la médula también pase a ser un mal recuerdo.
Os adelanto que pronto tendremos otro encuentro para charlar sobre “Hasta que regresemos a las estrellas”, en esta ocasión será en la Mediateca del Centro de Arte de Alcobendas. Recibiréis la invitación por las redes.
Feliz vuelta al cole.