Por mi casa, la envidia pasea poco. Bardita y yo somos gente de buen conformar, nos gusta lo propio y disfrutamos mucho de nuestras cosas. Lo que tengan o dejen de tener los demás no nos quita el sueño. Pero mira tú por dónde, ese mal tan hispano nos ha atacado por sorpresa. Hace unos días mi perrita vino a verme moviendo el rabo. Yo estaba ocupada escribiendo, de modo que le hice una carantoña y volví a concentrarme en mis ensoñaciones literarias. Pero ella, que es una terrier como dios manda, no se dio por vencida. Me tocó con el hocico en la pierna, me rascó con una patita, se puso a dos patas, bailó y al fin me tuve que rendir. Entonces salió disparada hacia una esquina de mi estudio y la seguí. Yo ya llevaba unos días notando un tufillo extraño, aunque no le había dado importancia. Pero al llegar a una de las estanterías, una terrible peste se elevó desde algún lugar. Era el olor de la envidia. Es un olor muy particular que sólo las Bardas y algunos humanos sabemos captar. Un tufillo agrio y triste que siempre me ha espantado. Y para mi sorpresa, el olor salía de un ejemplar de mi primera novela. Allí estaba ella, enfurruñada, de espaldas y con los brazos cruzados. ¿Qué te pasa, bonita? le pregunté. Nada, dijo, que parece que soy un cero a la izquierda. Lloriqueó. Pero si eres la niña de mis ojos, respondí. Literariamente hablando, claro. Aclaré esto último porque ya veía que Bardita giraba las orejas para asegurarse de estar oyendo bien. No me faltaba nada más que mi querida peluda se enfadara. Ya, dijo el ejemplar de mi novela pestañeando como una gatita coqueta. Pero aquí, continuó, el último que llega se lleva el mejor pastel. No conseguí sacarle ni una palabra más. Ahí la dejé mohína en su rincón y regresé a mis quehaceres sin entender nada.
Hasta que esa misma tarde, paseando con Barda, caí en lo que estaba sucediendo: “La utilidad de los deseos” tenía envidia. ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Su hermana pequeña ya tenía un book trailer y ella no. No pude evitar reírme en medio de la calle. Barda miró hacia los lados – creo que últimamente le preocupa que nos tomen por locas -. Tranquila, le dije, ahora ya sé lo que pasa, y según dicen, conocer el problema, es parte de la solución. Así que cuando regresamos a casa, puse manos a la obra y resolví el espinoso asunto. Bardita me vigilaba y en cuanto di fin a mis gestiones le expliqué de dónde había venido aquel mal olor. Luego me puse en pie y dirigiéndome a la cocina, le aclaré: Esto de la envidia es muy español. Ah, por cierto, me dijo, me debes una explicación sobre ese asunto de los nacionalismos. Ya lo sé, peludita, y te estoy preparando un cuento que te va a encantar. Casi tanto como la salchicha que te vas a comer ahora mismo. Bardita se relamió mientras me seguía moviendo el rabo. Estoy segura de que en ese momento los nacionalismos le importaban bastante poco. Casi tan poco como a mí.
Y para no cansaros con los detalles de mi feliz día a día, aquí va el book trailer de la niña de mis ojos – la niña de mis ojos “literaria”, Bardita, no te preocupes -. Espero que os guste.