-Ya te dije que no podrías con ello-, dice Bardita. Esta noche estamos en el salón, haciendo el vago después de un corto y helador paseo. -Vale-, respondo -reconozco que escribo poco en el blog, pero tampoco he firmado un contrato con sangre-. -¡Qué melodramática te pones!-, exclama mi perra tumbándose panza arriba y haciéndose la muerta. Para los que no conozcan a los westies, aclaro que estos perritos tienen un punto teatrero impresionante. Es un signo más de su inteligencia. -Si en lugar-, continúa Bardita mientras se sienta, -de salir tanto de pendoneo te quedaras en casa a escribir…- Mira hacia un lado poniendo carilla de rata sabia. -A ti lo que te pasa-, contesto –es que te da rabia que no te lleve conmigo.
Barda tiene razón, últimamente paro menos en casa. Me ha dado por hacer turismo. Estoy volviendo a recorrer Madrid como si acabara de venir del pueblo con la boina puesta. Tal cual. Volver a pisar sitios que hace muchos años que no visito. También ir a lugares, pocos, que no conocía. Pero tengo que decir que la experiencia está teniendo algunos momentos tristes. Madrid ya no es mi Madrid. Mi Madrid era la de Tierno Galván, la de los tiempos de los primeros carnavales de la democracia, mi Malasaña de los 80. -Ah, sí-, dice Bardita que no pierde ripio de mi discurso -eso de la Movida madrileña y tal-. -Sí, peludita-, le respondo -aunque ya sabes que lo mío es el rock and roll-. De cualquier forma lo pasé muy bien en aquella época rodeada de punkis y mods rompedores. También disfruté viendo a muchos grupos de la Movida por todas las salas de Madrid. Es lo que tiene andar por los veintitantos. A esa edad uno se apunta a un bombardeo, mientras haya diversión.
-Pero no me descentres-, le digo a Bardita amenazándola con el dedo. A donde quería llegar es a que últimamente la capi da un poco de pena. Al menos a mí me ocurre. A lo mejor es que me estoy volviendo una vieja pelleja. Pero nunca antes había visto tan mal ambiente, ni tantos mendigos. Me avergüenza. Me avergüenza y me entristece que volvamos a los tiempos de la caridad. Aun tengo grabadas en la retina algunas imágenes de mi infancia. Imágenes en las que las señoronas franquistas se ponían en tribunas soleadas con sus abrigazos de pieles y sus collares de perlas para pedir para los negritos de África. Me daban arcadas. A mí no me va la caridad, la caridad es una herramienta muy apañadita de los señoritos forrados de pasta. Yo creo en la solidaridad y en la justicia social. La equidad y el reparto de la riqueza. En este país la caridad siempre fue la engañifa de los fachas. De los meapilas que iban a misa y luego maltrataban a sus empleados con sueldos de miseria y cosas más indignas. Primero les empobrezco y luego les doy limosna. Un buen negocio. Y qué decir de la Iglesia Católica, que tiene la desvergüenza de amenazar con retirar sus donaciones a Cáritas si les hacen pagar el IBI. Malditos canallas. Y encima, esa desgracia de alcaldesa que nadie ha elegido. Pobre Madrid. Y para acercarnos más al estado fascista, controlador y antisocial que quieren imponernos, también se prohíbe la música callejera. Me cag… -Ya te estás enfadando. Con lo tranquila que estabas últimamente-, dice Bardita bamboleando su pequeño cuerpo ante mí. -Tienes razón, orejitas-. Respiro hondo y trato de relajarme.
Barda tiene razón, parecía más tranquila en los últimos días. Lo de las elecciones gallegas me pareció tan penoso que había decidido enconcharme. Incluso no leer noticias. Así cualquiera está de buen humor. Pero lo de cerrar los ojos no es lo mío. Prefiero andar cabreada por los rincones. Menos mal que siempre hay luchadores que nos hacen creer que vale la pena seguir soñando. Mientras haya gente que le plante cara a los desahucios, hay esperanza. Mientras haya gente que salga a manifestarse, hay esperanza. Mientras haya gente como la valiente Malala, hay esperanza. La dulce Malala es un gran símbolo de dignidad. Ese pequeño brote en un desierto de ignorancia. Esa luz que quiere apagar el lado más atrasado, machista y fascista del ente humano al que todos pertenecemos. Gracias, Malala. Los que luchan contra la injusticia y la desigualdad son los que me reconcilian con el ser humano. -Cómo te brillan los ojos cuando dices esas cosas-, dice Bardita acomodándose en posición rosquilla, dispuesta a dormir. La miro con ternura. Creo que para Barda los asuntos humanos son como los cuentos de hadas para un niño: mágicos y a veces incomprensibles. Lentamente noto que va quedándose dormida, pero antes de que el sueño la venza aun tiene tiempo de preguntar: -Y de lo del independentismo catalán ¿no dices nada?- Me pregunto dónde habrá oído hablar esta perrita del asunto. Miro hacia el techo buscando una respuesta fácil. Pero no la encuentro. -Ya sabes- respondo- que yo no tengo nada de patriotera y los nacionalismos, pues… eso da para una tarde entera de conversación-. -Vale-, balbucea al tiempo que se le abre la boca –prométeme que otro día me lo contarás-. Me agacho y acaricio su sedoso pelo blanco. –Te lo prometo, Bardita-. Al momento, su suave respiración bombea tranquilidad por los rincones de mi casa.
Que descanséis y seáis felices.
