Un amigo me dijo hace poco que la lectura, cada vez más, es cosa de mujeres y que incluso empieza a serlo la escritura. No me sorprende. La mujer aun tiene mucho que conquistar y eso genera insumisión. La lectura es un acto rebelde y antisistema; si quieres cambiar este mundo, lee. La lectura nos transporta a Utopía con un billete de primera. Conectamos con el sueño de otro ser humano, dialogamos con una mente que nos ofrece una visión del universo diferente a la nuestra. Nos invita a asomarnos a otras realidades. Convivimos durante horas con personajes que nos hacen traspasar la pequeña barriada de nuestro yo. Eso nos hace mejores. Con un libro en la mano, nos ponemos en la piel de otros y aprendemos a ser compasivos. Leer es, sin duda, la actividad más rebelde de nuestros tiempos. Con razón las dictaduras siempre han explotado el recurso de hacer una quema de libros. La desaparición de un buen libro es la pérdida de un planeta. En Farenheit 451, de Ray Bradbury los disidentes conservan el legado literario memorizando palabra por palabra las obras que fueron destinadas a la hoguera. Me pregunto qué libro elegiría yo para que escapara del olvido. La respuesta no es fácil.
-Pues hay gente en el barrio que no lee, pero ve la tele- dice Bardita levantando la cabeza de sus ocupaciones: mordisquear un peluche que ya no tiene muy buen aspecto. Estamos en mi estudio, ahí afuera llueve y escribo estas líneas mientras llega la hora de la cena. -A algunos no les vendría mal coger un libro de vez en cuando en lugar de tragar tanta televisión-. Le digo agachándome para retirar una oreja que ha logrado arrancarle al muñeco. La televisión es un invento perverso que no requiere ningún esfuerzo. Ahí está su trampa. Es una forma extraordinaria de lavar el cerebro del espectador sin que apenas lo note. Genera pensamiento único y ciudadanos amansados, meros consumidores de cualquier cosa. Mamamos culturas ajenas a través de la pantalla. Lo que a los antiguos imperios les costaba años, en milisegundos lo logra una serie de televisión. Asusta. Yo tengo la suerte de que la televisión me aburre desde siempre, pero aunque no fuera así, lucharía para escapar de sus garras.
Veo que Barda me observa atentamente y sigue el hilo de mis pensamientos. Finalmente apoya la cabeza dispuesta a echar alguna cabezada, pero antes dice: -A veces pienso que eres un poco rarita-. -¡A ver si te vas a quedar sin cenar!-. Exclamo. Creo que esta perra se está volviendo también algo rebelde.
No estaría de más que todos nos rebeláramos. Estamos viviendo un momento importante de nuestra historia, hay un cambio a la vista que nos hace mucha falta. Tenemos que cambiar las normas para que no sigan tomándonos el pelo estos políticos incompetentes y corruptos. Esta carroña que nos gobierna y que ha parasitado España de formas innumerables. Hay riqueza para todos, pero nos venden a las multinacionales, benefician sólo a las grandes fortunas y nos roban lo público con un descaro asombroso. Hay que exigir elecciones anticipadas y pedir una vez más el cambio.
Bardita, definitivamente, ha decidido esperar ese cambio dormida. Se ha hecho un ovillo y su respiración indica lo profundo de su sueño. Admiro su facilidad para dormir. Mientras ella se interna en algún paraíso de sueños caninos, yo sigo escribiendo. El otoño es una época ideal para hacerlo. Así que me dispongo a pelear con mis dragones, que cada día me regalan una gema de su coraza para que mi nueva novela avance.
Feliz rebeldía.
