Ahora que ya podemos soñar con la cercana primavera, ha llegado el momento de moverse por Madrid y visitar museos. Los que sólo estamos enamorados, que no es poco, de la vida, de nuestros amigos, de nuestras familias, y de…
- ¡A ver qué dices! – dice Bardita levantando el hocico.
- No seas impaciente, peluche.
Y de nuestras mascotas, por supuesto.
Como decía, los que andamos, felizmente, solteros por la vida, no tenemos costumbre de celebrar el día de los enamorados. Algunos nos reímos a escondidas de los que caen en esa trampa del amor marcado en el calendario con la cruz del consumo. Sin embargo, también tenemos nuestros propios ritos y nos gusta ser pardillos a nuestra manera.
Yo este año, saltándome mis propias normas – una travesura que os recomiendo-, he celebrado el día de los enamorados visitando el Museo del Romanticismo. He cogido del bracete a una buena amiga, y allí nos hemos encaminado. Debo reconocer que de romántica tengo lo justo y necesario. Pero ¡ay!… esos poetas desgarrados por la pasión, ese misterioso crujir de puertas, ese grito aterrador a media noche y esos temporales del alma… Quién puede renegar de aquella exaltación de la libertad del individuo.
La exposición “Se va mi sombra, pero yo me quedo, ilusión y fotografía en el Romanticismo” ayuda a asomarse a una pequeña porción de la realidad de la época. Veinte fotografías con el encanto añadido de echarles el ojo a través de visores que imitan a los de la época. Ideal para ejercer de buenos cotillos de barrio y presenciar juegos, tertulias y gestos cotidianos a los que nunca nos habían invitado.
Para mi gusto, en el museo hay poca dedicación a nuestros literatos, pero hay curiosidades para pasar más de una mañana. Recomendable ir con tiempo y descansado. El museo no es grande, pero sí muy intenso.
Y hay que ir con cuidado: la muerte acecha por todas partes.
Feliz domingo.