Pasamos la vida re-ubicándonos. Vamos hacia adelante, nos perdemos y volvemos a buscar nuestro camino. Empieza un nuevo año y hacemos planes infinitos que después no cumplimos y no siempre por falta de ganas o de arrojo. La vida nos da unas ostias que nos deja turulatos, aun así, seguimos adelante, con más o menos brío. Yo, desde luego, siempre que puedo cojo carrerilla, la necesito, a veces pierdo fuelle, pero sólo tengo una certeza, salga el sol por donde salga no pienso dejar de escribir. Escribir. A menudo me pregunto para qué, como le debe ocurrir a tantos escritores que, como yo, no logramos llegar al gran público mientras vemos obras mediocres llenar los estantes de las librerías. Tengo que decir que cuando me atacan esas angustias existenciales, me revuelvo en mi rebeldía y pienso: me importa un pito. Pase lo que pase seguiré escribiendo.
En el mundo exterior, el tiempo fluye ajeno a mis conflictos vitales. Tengo la sensación de que estamos viviendo un fin de ciclo. Para bien y para mal. Si no, que se lo digan a mi frigorífico. Mi nevera de treinta y un años debe haber llegado a la misma conclusión, está claro que su tiempo ya ha pasado. Llevaba algunas semanas haciendo ruidos extraños y una mañana me di cuenta de que exudaba un líquido negruzco, mientras su cansada maquinaria hacía un ruido que recordaba los bronquios de un asmático en plena crisis. Cuando me percaté de lo que estaba sucediendo hice algo que ahora me parece absurdo: corrí a mi estudio y busqué un cuento de Carver que me gustó mucho, años atrás, “Conservación”. Son esas cosas raras que sólo nos suceden a los escritores y a los amantes de la literatura, todo lo relacionamos con historias, estamos hambrientos de historias. Como los perros por la calle buscan comida, aunque estén bien alimentados. Aquel día, en plena crisis electrodoméstica, me senté a leer y cuando regresé a la cocina la exudación se había convertido en una fuente. Había una mancha negra en el suelo que no paraba de crecer y Bardita la vigilaba con ojos asustados.
- Menos mal que me tienes a mí para cuidar el territorio- dice mi perra devolviéndome al presente. Está tumbada en el suelo y se entretiene chupándose una patita.
- Claro que sí, peluche, ¡qué haría yo sin ti!
- Así que va a ser verdad que le das un nuevo aire al blog – dice Bardita – Es bueno que hablemos de cuentos y literatura en general. Yo siempre te lo digo, tanta política te tiene el cerebro enfermo.
Pues sí, mi perra tiene razón. Me doy un descanso en despotricar contra el gobierno. Es fácil adivinar la razón: este gobierno me mola. Estoy tan contenta, que no me la gana criticar y si me dan razones para hacerlo lo haré como las viejas amargadas, refunfuñando de boca para adentro. Todos tenemos nuestras debilidades, qué le vamos a hacer. Así que ahora me froto las manos viendo los berrinches de la indecente derecha que nos ha tocado en el sorteo universal. Por suerte tenemos buenos periodistas que siguen dando cera a diestro y siniestro, desmontando las mentiras de esta carroña de la ultraderecha. Hay que cerrarle el paso al fascismo, no hay que darle tregua, es lo más alarmante de nuestros tiempos, su renacimiento. Deberíamos ponerles un cordón sanitario, como han hecho muchos políticos en Europa, aunque mejor habría sido que se hubieran puesto condones sus padres. El fascismo nos quiere mudas, en casa, encerradas y haciéndoles la cama…
- Y eso que no querías hablar de política – dice Barda levantándose y yendo hacia la cocina. Está claro que quiere cenar.
Si la niña quiere cenar habrá que ir cerrando estas líneas. Sobre mi frigorífico, poco más hay que decir, lo enterramos hace poco con buen ánimo y le cantamos una saeta por los servicios prestados. Por si alguien quiere saber cómo va mi nueva novela, diré que, como siempre sucede con la escritura, es un bálsamo y un día de estos saldrá al escenario. Si alguien creía que estaba literariamente muerta o muda, que se tire de la moto, yo aquí aguanto como una campeona.
- Pero qué macarra eres – dice Bardita.
- Sí, lo reconozco, mi lado macarra ochentero normalmente duerme, pero cuando se despierta…
- Que despierte, que te pones muy graciosa, pero antes dame la cena, anda.
- Vale, peluche, vamos a ello, ya sabes que me tienes comido el coco.
Mientas le preparo las bolitas de pienso veo en los ojos de mi perra el brillo de la ilusión. Eso me recuerda que no felicité el año a mis lectores del blog, estaba demasiado ocupada sobreviviendo a la Navidad. Pero como nunca es tarde, os deseo lo mejor para este 2020 y ante todo os deseo de corazón que tengáis ilusiones. No se puede vivir sin ellas.