Vale, ahora te cuento lo de las Preferentes – le digo a Bardita que lleva una semana persiguiéndome para que traiga al blog esta historia-. Reconoce que estás hecha una vaga – dice contoneándose ante mí -. ¡Quién fue a hablar! Te recuerdo que eres tú la que se pasa el día tumbada panza arriba. Ya – responde levantando su hocico lobuno – pero es que últimamente no escribes nada en nuestra bitácora. Mira que te advertí que esto te venía grande – se tumba buscando el frescor del suelo esperando mi respuesta-. Ya sabes que estoy terminando mi novela – contesto- y soy de la opinión de que el que mucho abarca poco aprieta –. Tampoco has ido a la Feria del Libro de Madrid – replica. Me parece que esta perrita está hoy un poco guerrera – No me hables de la Feria, no me hables de la Feria… Barda tiene razón, este año me he ahorrado el paseo, un poco porque estoy en la ruina y un mucho porque me he cabreado con el gremio. Porque mira que este país es triste hasta para eso. Mientras en ferias allende los mares el libro electrónico es casi el protagonista, en Madrid le dan la espalda y según los mentideros de las redes sociales prácticamente se ha prohibido su presencia. Todo para castigar el abuso de Amazon. ¡Qué culpa tendremos los escritores y las editoriales digitales de ese monopolio capitalista y esclavista! Como si fuera el único. Es como castigar al bar de al lado de mi casa que hace hamburguesas por los precios de McDonals. ¡Manda narices!. Si es que a España le pasa lo que le pasa porque le tiene que pasar. Así no avanzamos, aquí no nos terminamos de alejar del medievo. Ahora, vuelta a los sueldos de miseria, vuelta a tener que pelearnos la democracia y como nos descuidemos, vuelta a las barricadas. Bardita se ha sentado y me mira alucinada. Creo – dice – que te estás yendo por los cerros de Úbeda, como siempre. Tienes razón – suspiro mirando al techo – pero es que empiezo a pensar que los españoles tenemos algún gen atrofiado. Barda mira hacia los lados. Me parece que no sabe qué responder a eso.
Volviendo al tema que nos ocupa – dice al poco, poniendo cara de rata sabia-. Desde que estás tan informada – la interrumpo – te está cambiando el carácter, peluche, a este paso te dan alguna Licenciatura. ¡Anda! – exclama abriendo mucho los ojos – como al Urdangarín, sólo que yo no sé si encontraré quien me escriba la tesina. A mí – contesto – ni me mires, en mi familia la honradez es un atributo natural y hereditario. Vale, – pues cuéntame lo de lo de las Preferentes de una vez. Está bien – resoplo – la verdad es no hay día que no piense en ello. Cada vez que veo a toda esa pobre gente tangada, estafada y engañada, me pongo de mal humor. Muchas veces he querido hablar sobre ello, pero me espanta el sufrimiento ajeno. Es como visitar a un amigo que sufre cáncer de pulmón y ponerte a alardear de haber dejado de fumar a tiempo. No sé, me parece un poco cruel. Pero hoy contaré la historia, en algún momento tendré que hacerlo, los que escribimos, tarde o temprano lo convertimos todo en cuentos.
Ocurrió en mi época de humilde asalariada – Barda vuelve a tumbarse y me escucha con atención –. Tú aun no habías nacido y una tarde recibí una llamada de mi oficina de Caja Madrid para hacerme una oferta. ¿A esta gente qué le pasa? Me dije. En veinte años que llevaba dejando allí mi nómina, pagando mis recibos, mi hipoteca y demás terribles circunstancias que nos atan a un banco, jamás, repito, jamás me había llamado nadie del banco. De modo que un jueves por la tarde, muerta de curiosidad me acerqué a la oficina con la mosca revoloteando detrás de mi oreja. Allí me atendió una empleada, que nadie piense que me recibió el director, hasta ahí podríamos llegar… La empleada, que llamaré desde ahora la Mari, por abreviar, me explicó que el depósito donde tenía mis míseros ahorros estaba a punto de caducar y tenía un estupendo producto para ofrecerme. La Mari tenía por naturaleza un gesto un poco agrio, pero se esforzaba en sonreír y su boca se torcía en un rictus extraño. Yo, que no sé nada de asuntos bursátiles, pero de tonta no tengo un pelo, intuí que debía haber gato encerrado, y en cuanto más trataba la Mari de ponerme el boli en la mano para que firmara, más preguntas le hacía yo. Le pregunté hasta hacerme sangre en la lengua si había algún Riesgo y si podría Sacar mi dinero sin problemas. Además, le recordé una y otra vez, mirándole fijamente a los ojos mi total y voluntaria ignorancia sobre asuntos bursátiles y bancarios en general. Dada mi condición de pobre no suelen preocuparme los intereses ni las pamplinas y más bien me asquea toda la especulación asesina de la joya del sistema capitalista. Durante toda la conversación, la Mari sonreía y agitaba la mano, “no te preocupes, no te preocupes, esto es una cosa sencillita y sin complicaciones”. Tanto insistió, que por no perder más mi valioso tiempo, firme y me marché. Por aquel entonces, mi mochila aun estaba cargada de confianza en el género humano. Sin embargo, la mosca vino conmigo.
Llegué a casa, supongo que hice la cama y debí asomarme al frigorífico para ver qué me ofrecía para cenar. Luego, como cada tarde, me senté ante el portátil a escribir. Pero la mosca no paraba de revolotear a mi alrededor y cedí a la tentación de sumergirme en la red para buscar información sobre la cosa “sencillita y sin complicaciones” que me había colocado la Mari de Caja Madrid. Eché un vistazo en los foros de temas bursátiles y no necesité más de quince minutos para darme cuenta de que me habían vendido una moto. En décimas de segundo se me subió el alma a la nariz, o si preferís, el chocho a la garganta. La imagen la dejo a la elección del lector. ¡La madre que parió a la Mari!, fue mi pensamiento. Miré el reloj, pero ya eran las nueve de la noche y el banco había cerrado. No puedo decir que pasara mala noche, por suerte la vida me ha enseñado a preocuparme por cosas más importantes, pero al día siguiente, pedí un rato libre en el trabajo y fui a la oficina de Caja Madrid dispuesta a deshacer el entuerto. Entré como una furia y me senté en la silla frente a la cara agria de la Mari. Le expliqué lo que había averiguado y le exigí que me devolviera inmediatamente mi dinero y rompiera el contrato. “Imposible, está gestionado, no se puede echar atrás”, decía con su cara de mamona y su boca torcida empezó a parecerme un insulto. Tuvimos un tira y afloja verbal y estaba claro que la Mari no quería soltar su comisión, o lo que fuera que le dieran por mentir a los clientes. Poco a poco empezó a subirme el bicho, ese que anda dormido en nuestro interior y que sale cuando nos sacan de nuestro natural tranquilo y pacífico. Aprovechando que en la oficina había una buena fila de clientes, di muchas voces, a propósito, claro. Nada hay que preocupe más a un estafador que alguien pueda poner sobre la pista al resto de los incautos. A todo esto las cabezas del resto de oficinistas trataban de esconderse tras las pantallas de los ordenadores. Pero la Mari ya debía tener gastada su comisión y no quería soltar la presa. Entonces vino en mi auxilio mi lado macarra. Como ya he dicho en alguna ocasión, nací en los Cuatro Caminos de Madrid, y ahí nos debieron dar al nacer un chute de chulería y de auto confianza, muy útil, sobre todo, para enfrentarse a las hienas. Me levanté, acerqué mi cara a la de la Mari y sin tocarla le expliqué las alternativas que teníamos: «Uno, me devuelves mi dinero, dos, me voy a hablar con el director o tres, os prendo fuego la oficina». Lo último lo dije muy bajito, porque el vigilante ya andaba con la gaita levantada mirando hacia nosotras. Oye, mano de Santo. La Mari dijo: “de acuerdo, voy a hacerlo porque no han pasado ni veinticuatro horas, si no, que sepas que…” Me acerqué más a su cara y no dijo más. Tuve que firmar algo de papeleo y cuando me fui de allí, le deseé a la Mari unos buenos juanetes para la vejez.
En unos días, saqué mi pasta, cambié de banco y de coche, que falta me iba haciendo. Ahora soy más feliz, sin dinero y sin tener que bregar con estos sinvergüenzas. En fin, que San Internet nos dure mucho. Feliz fin de primavera a todos, y a los estafados de las Preferentes, les deseo que sigan luchando con fuerza, y si andan cortos de testigos, aquí estoy, para lo que necesiten.