Cuando salí de España por primera vez, recuerdo haberme quedado boquiabierta. Eran los años ochenta y Montreal, en donde pasé una larga temporada, era una ciudad limpia y moderna, nada que ver con lo que yo dejaba atrás. Más tarde, regresé empujada más por el amor a los míos y a la juerga que por otra cosa. Al llegar a Barajas, el vocerío al que ya no estaba acostumbrada, algún que otro empujón y avanzar hacia mis seres queridos pisoteando colillas, me recordó que regresaba a un país atrasado. Sin embargo, durante un tiempo, todos sentimos que este país avanzaba lentamente hacia la modernidad. Pero no hay manera. La boina a rosca chapa se incrustó en muchas cabezas a conciencia. Además, la codicia desmedida y desvergonzada de los que llegan a puestos de responsabilidad, indica que la solución sigue estando muy lejana. Se ve que el hambre dejó más huella de lo que creíamos en la genética española.
-Tú siempre exagerando– dice Bardita que está tumbada a mis pies, aun asustada por el sonido atronador de los aviones que acaban de pasar sobre nuestras cabezas. Los aviones del desfile de las fuerzas armadas. -Pues hay gente que parece estar muy orgullosa de la patria- continúa, alzando el morro y no sé si son imaginaciones mías pero creo que hay un poco de guasa en su gesto. -Entre tú y yo, peluche, hoy mi orgullo patrio está por donde bailan las fregonas-. Ya lo he dicho más de una vez: me sentiré orgullosa de ser española cuando la educación sea una prioridad nacional, cuando nuestra juventud más cualificada no tenga que salir del país para labrarse un futuro y los científicos no tengan que irse más allá de nuestras fronteras para investigar. Sentiré ese orgullo cuando el estado proteja con el mismo entusiasmo a un trabajador que a un banquero, cuando la corrupción sea perseguida y condenada con el mismo brío con el que jaleamos un gol y cuando el sufrimiento de unos inocentes animales deje de ser fiesta nacional.
Bardita apoya en el suelo la cabeza con tristeza. -Eso de los inocentes animales me ha recordado al perrito de Alcorcón. Mira que si un día vienen a por mí…-. Ese es otro motivo de la ausencia de mi orgullo nacional: la gestión de esta crisis sanitaria. A nuestro gobierno hay que reconocerle el mérito. En tres años han sido capaces de cargarse el tejido empresarial, convertir a los ciudadanos en esclavos potenciales, desmontar la sanidad y la educación pública, y por si no estábamos contentos importar a Europa una de las enfermedades más peligrosas del planeta. Desde luego, pasarán a la historia. Y sobre la pobre mascota de Teresa Romero ¿qué más se puede decir que no se haya dicho ya?. Otra demostración de que la justicia en este país va por barrios. Me pregunto si Excálibur no seguiría vivo si hubiera sido vecino del barrio de Salamanca.
Me agacho para abrazar el pequeño cuerpo de mi perra, que parece angustiada. -No te preocupes, peluda, para hacerte daño a ti, tendrían que pasar por encima de mi cadáver- Me pongo en pie y decido que daremos un paseo. El viento y la lluvia no van a detenernos. Barda me sigue contenta, no hay nada como echar un par de carreras cuando a uno se le ha metido el susto en el cuerpo. Pasearemos y después tomaremos el vermú en el barrio. Nos dejaremos conquistar por las pequeñas cosas de la vida, esas pocas que hacen de éste, un país soportable: la nobleza de la gente llana y ese espíritu festivo que no es capaz de arrancarnos ni el peor gobierno del planeta.
Feliz domingo.